Las lecciones del dengue
Este año el dengue ataca con mayor fuerza, y no solo en Bolivia. Si bien en nuestro país las autoridades están tomando medidas para mitigar la expansión de los contagios de esta enfermedad, las cifras de los casos confirmados, de los sospechosos y de las muertes resultantes del mal son preocupantes.
Tan preocupantes como el hecho de que, desde hace algunos años, el dengue ya no se limita a atacar a los habitantes de las regiones tropicales, sino que ha ampliado su área de impacto a los valles, que se encuentran en altitudes superiores a las que estaba circunscrito hasta hace un lustro.
Y es que el mosquito Aedes aegypti –cuya hembra infectada con dengue lo transmite por su picadura– se ha adaptado a zonas diferentes de su hábitat natural. Es decir que ahora, ese mosquito que antes vivía sólo en el trópico lo hace también en los valles. Así, en Cochabamba, está presente en 17 municipios del trópico y los valles alto, bajo y central, además del cono sur.
Esto no es nuevo, un estudio de octubre de 2016, realizado por especialistas del Servicio Departamental de Salud constataba “la presencia del vector (el mosquito) en diferentes altitudes geográficas y en varios municipios del departamento de Cochabamba, en los que anteriormente no se encontraba”. El estudio atribuye la adaptación del Aedes aegypti al cambio climático planetario.
Y las condiciones de vida en las aglomeraciones urbanas son también propicias para la proliferación del mosquito. “Se identificó una mayor infestación en la zona sur de la ciudad de Cochabamba, además de ser el área que ha presentado más factores de riesgo, como son los criaderos artificiales, con presencia incalculable de desechos intradomiciliarios”, señala el estudio.
La adaptación biológica del Aedes aegypti tendría servirnos de ejemplo a imitar en estos tiempos de amenazas patógenas locales y externas. Ejemplo para adaptarnos, no biológicamente que de eso se encarga la naturaleza y en sus tiempos, sino culturalmente.
Esa adaptación, que se inicia con la toma de conciencia de la magnitud y proximidad de las amenazas, concierne a cada uno de nosotros y tendría que traducirse en el cambio de hábitos de higiene y de encarar el malestar físico, acudiendo a los centros de salud de manera oportuna.
Pero, y sobre todo, la adaptación en la manera de enfrentar esas amenazas corresponde a las instituciones estatales de salud, cuya eficiencia en ese propósito sería mayor si sus funcionarios aplicaran recursos más imaginativos y diversificados para suscitar los cambios de hábitos de la población. Comenzando, por ejemplo, con los niños, difundiendo los mensajes necesarios por más medios, desde el teatro hasta el Internet, y haciéndolo antes de la aparición de los brotes epidémicos.