Un fenómeno llamado Sanders
La contienda electoral en curso en Estados Unidos se da en un contexto de múltiples factores que se ponen en juego. La economía como siempre juega un papel preponderante y en este caso se han profundizado las contradicciones y dos exponentes de los extremos del espectro político han adquirido inusitada presencia. Por un lado Donald Trump como campeón del conservadurismo ideológico y el liberalismo económico y por el otro Bernie Sanders que emerge como profundizador de algunas de las reformas liberales tímidamente iniciadas por Obama.
Si bien los intentos de fortalecer las políticas sociales especialmente en el área de salud y los mecanismos de control a las transnacionales del capital especulativo del Wall Street y las grandes inmobiliarias han sido prácticamente neutralizados por una furiosa arremetida de los sectores más conservadores representados por el Tea Party, la mayoría de los estadounidenses parecen estar convencidos de la necesidad de revisar una realidad que ya es ideológica y estructuralmente insostenible. El 80 por ciento de la riqueza que acumula esa nación está en manos de solamente el 1 por ciento de sus habitantes.
Trump intenta capturar el descontento de las clases medias y bajas atribuyendo al Estado la mayoría de los males de su país y con su discurso xenófobo y chauvinista despierta el interés de quienes creen en la panacea liberal del imperio fuerte y la economía en manos de quienes al acumular la riqueza desbordaran sus sobras en beneficio de todos. Por su lado Clinton, se muestra viable y compatible con un mundo conflictivo y con la posibilidad de reactivar la economía que se recupera lentamente. Así mismo logra destacarse particularmente en relación a Trump en un tema de trascendental importancia en estas elecciones, la emergencia del terrorismo como un peligro real para la seguridad de ese país, tiñendo ideológicamente como nunca estas elecciones y marcando diferencias que antes sólo eran latentes, entre los norteamericanos, respecto a cómo lidiar con las naciones y razas que nos sean blancas y anglosajones.
En este contexto surge Sanders, el senador de Vermont de 74 años, como si la racionalidad y el deseo de fortalecer viejos principios liberales que marcaron los procesos de transformación que construyeron las naciones de nuestro hemisferio, se mezclaran con elemental sentido común que obliga a los estadounidenses a modernizar sus estructuras políticas y sociales comprendiendo que el capitalismo requiere indispensablemente de una árbitro, que evite el descalabro como el provocado por el capital financiero.
Sanders les habla a los norteamericanos de socialismo e igualdad de oportunidades, algo difícilmente concebible hasta hace algunos años en EEUU. Más aun, identifica casi con nombre y apellido a los monstruos del capitalismo insensible y angurriento calificándolos como el 1 por ciento privilegiado por un sistema inaceptable. Propone cargas impositivas para financiar reformas sustanciales para que EEUU mantenga su liderazgo tecnológico, como la base de su fortaleza en el mundo.
Sanders se pronuncia abiertamente contra las transnacionales particularmente las petroleras que promueven la guerra y la destrucción del medio ambiente. No calcula ni un instante cuando se trata de la política migratoria en un país casi paranoico al respecto y defiende los derechos humanos y la legalización de la población migrante.
Podríamos especular respeto a las distintas connotaciones que pudiera traer para nuestro país el que gane un troglodita como Trump o un idealista como Sanders.
Pero, lamentablemente, al parecer no ha llegado todavía el momento de transformaciones tan sustanciales en la estructura política estadounidense.
La mala noticia es que al parecer Clinton le ganará a Sanders y la buena es que Clinton también le ganará a Trump.
El autor es comunicador social.
Columnas de JAIME PONCE BLANCO