Apostillas al “NO”
Me robo la idea del título de esta columna en homenaje al recientemente fallecido Umberto Eco para comentar algo sobre el referendo de hace casi un mes. Si las cosas fueran sencillas, el No significaría simplemente que más del 50 por ciento de los votantes bolivianos está en desacuerdo con que se modifique la Constitución para que Evo y Álvaro se puedan habilitar para una tercera reelección en sus cargos de presidente y vicepresidente de Bolivia, aunque se hagan una operación de reasignación de sexo, (esto en referencia a la cursi fórmula, presidenta o presidente, y vicepresidenta o vicepresidente).
Pero las cosas se complicaron. Evo quería saber si lo querían o no, Álvaro se dedicó a averiguar cuán imbéciles podían ser los votantes haciendo advertencias esotéricas, y las campañas derivaron no sólo en un ejercicio asimétrico totalmente antidemocrático, sino también en una guerra sucia que empañó a muchos actores. Presentar una factura falsa de cuidado estético del primer mandatario es parte de esa guerra sucia, de la misma manera que lo es decir que la campaña por el No era dirigida por Carlos Sánchez Berzain. Luego vino el caso de Zapata, que no fue parte de la guerra sucia, porque poner en evidencia la sordidez de los poderosos no puede bajo ninguna circunstancia ser considerado un acto de guerra sucia.
Ahora bien, más allá de los detalles telenovelescos, hay otros dos que merecen ser mencionados. El primero es que parece un poco deleznable, el que se cambie una constitución con tan solo el 50 por ciento de las voluntades. Una constitución debería tener una mayor solidez. Más lógico sería que sean los dos tercios de los votantes, los que podrían legitimar una modificación en la Gran Ley. Por el otro lado, es interesante mencionar que los genios políticos del partido de gobierno no se dieron cuenta de cuán peligrosa era esta apuesta, porque los opositores al Gobierno no necesitaban unirse para decir NO. El NO podía tener todos los colores y todos los argumentos imaginables.
En las redes sociales hay quienes con un entusiasmo ilimitado proclaman y reclaman, que el NO no es el triunfo de nadie y ante todo no de los políticos tradicionales. Tienen en parte razón. El NO es un conglomerado de fobias, desde las más impresentables, como el asqueroso racismo que aún pervive en nuestro país y que ha sido exacerbado por acciones y gestos irresponsables del Gobierno, hasta una conciencia democrática seria y plena que tampoco es unítona.
Mientras que el SÍ ha debido llegar al puntaje que obtuvo, gracias también a electores que fueron vomitando, porque están asqueados del MAS, pero su ideología los lleva a seguir siendo fieles al proceso de cambio, los votantes del NO, lo han hecho, cualquiera que haya sido su motivación, con gran entusiasmo.
Ahora bien, algo que me preocupa es la crítica altisonante que se da contra los políticos activos, vale decir, Quiroga o Doria Medina, y el llamamiento a gente nueva y a gente joven. En primer lugar, porque más allá de las limitaciones o fortalezas que estos tengan, son quienes están dando sustento a una oposición que hace muy poco, no por inútil, sino porque un parlamento completamente dominado por el partido de gobierno no lo permite. Estamos en el umbral de un nuevo período a partir de 2020, nos espera o una dictadura como la ha anunciado Evo en Venezuela, o una democracia pactada, al puro estilo de fin de siglo XX, que dicho sea de paso, tampoco fue tan mala como ahora se la pinta.
Nada garantiza que caras nuevas (no conocidas), sean algo mejor, y la juventud está altamente sobrevaluada. Como diría Umberto Eco, la juventud es muy ventajosa para la natación y para el sexo, pero para el gobierno de los países en realidad son más deseables la experiencia, la sensatez y la sabiduría.
Columnas de AGUSTÍN ECHALAR ASCARRUNZ