Pobreza y vulnerabilidad: tenemos que hablar
Desde hace unos días hemos vuelto a hablar de pobreza, lo que es bueno y necesario, ya que en los últimos años la falta de información, la manipulación de la misma y los errores conceptuales, entre las diferentes formas de medir la pobreza por ejemplo, no nos han permitido un debate serio al respecto. Lo cierto es que la pobreza no es un tema superado en Bolivia y a diferencia de épocas pasadas, ahora también debemos hablar de vulnerabilidad.
En primer lugar es necesario aclarar algo: en Bolivia, la falta de consenso respecto a los métodos sobre cómo medir y las diferencias en los datos de las propias instituciones públicas han llevado a que la cifra de pobreza se obtenga a través de una mera cuantía monetaria: el nivel de ingreso y su capacidad adquisitiva determina quienes son pobres y quiénes no. Las personas cuyo ingreso no es suficiente para mantener un nivel de consumo adecuado, que toma en cuenta una canasta alimentaria, de servicios básicos como salud y educación y otros elementos más, son considerados pobres. Para el caso de la pobreza extrema, el ingreso es aún más bajo, y en pocas palabras, no alcanza ni para cubrir las necesidades básicas de alimentación.
Esto no es trivial, ya que resulta que cuando hablamos de pobreza, lo hacemos desde una perspectiva coyuntural: si en el periodo en el que se realiza la Encuesta de Hogares, el entrevistado tiene el ingreso suficiente, no es pobre, si no, lo será. Evidentemente, bajo este esquema de medición, no son solo los bonos y los incrementos salariales los que facilitan la caída de la pobreza, sino también variables como una tasa de inflación baja o un tipo de cambio fuertemente apreciado, que permita reducir los precios de los bienes importados, los que tienen un efecto directo en la reducción de la pobreza coyuntural, donde “coyuntural” es la palabra clave.
Esto explica porque hace unos días la Ministra de Planificación, en un acto de honestidad digno de resaltar, ha mencionado que se observa el resurgimiento de la pobreza extrema en algunos segmentos de la población urbana. Sin embargo esto no es nuevo, ya que se venía advirtiendo desde el 2015 por organismos como el PNUD.
Los motivos pasan, entre otros factores, por el elevado ritmo de urbanización que ha mostrado Bolivia ha repercutido en serios vacíos en materia de planificación y provisión de servicios básicos, mientras que la alta informalidad que persiste aun en la economía boliviana hacen que las fuentes de trabajo para este segmento de la población sean en general precarias, mal pagadas y muchas veces poco sostenibles en el tiempo.
A esto hay que agregarle otro elemento que ha sido admitido incluso por el Presidente: Bolivia aun depende de las rentas de los recursos naturales, por lo que era de esperarse que ante una caída en los precios de los commodities, algunos avances sociales iban a perderse, algo también señalado por el PNUD, que en su Informe sobre el Desarrollo Humano señala que aunque en Bolivia, en la última década, se han sacado a 1,6 millones de personas de la pobreza, en los últimos años 600 mil de ellos han vuelto a ser pobres (de ahí el dato del Presidente: sumando y restando, se ha sacado a 1 millón de bolivianos de la pobreza).
Y son estos 600 mil bolivianos los que nos llevan a hablar de vulnerabilidad: gran parte de los avances sociales están vinculados a políticas coyunturales, que se sostienen en base a rentas que dependen de precios que no controlamos. Una verdadera política de lucha contra la pobreza debe tomar en cuenta que esta no solo se relaciona a un factor de ingresos, sino que también tiene que ver con circunstancias ligadas a la raza, el género, el lugar de nacimiento, el nivel educativo e incluso el grado de educación de los padres, todos estos factores que solo se pueden atacar en el mediano y largo plazo.
En el corto plazo, solo los bonos y los programas de empleo transitorio no alcanzan, sino que es imprescindible mejorar las condiciones laborales en los pequeños emprendimientos, que son los que generan la mayoría de los puestos de trabajo. Las recientes mejoras en los salarios deben acompañarse de políticas que permitan la ampliación de la protección y seguridad laboral, un campo en el que claramente el Gobierno no ha trabajado, y que ahora que los extraordinarios ingresos ya no son tales, se empieza a notar. Y es por eso que es bueno retomar la discusión sobre la pobreza: porque aún estamos lejos de superarla.
El autor es economista
Columnas de JOSÉ GABRIEL ESPINOZA YÁÑEZ