Un gabinete pragmático
El nuevo gabinete de ministros nombrado por el Presidente del Estado para que lo acompañen en la recta final de su gestión gubernamental constitucional ha dado lugar, como todos los años, a las más diversas interpretaciones, gran parte de ellas basadas en una lectura “entre líneas” de lo que cada una de las designaciones puede significar.
Este año, el tema causó especial interés porque tuvo como antecedente inmediato el afloramiento de profundas discrepancias en las filas oficialistas. La ofensiva desencadenada contra el ministro de Gobierno, Carlos Romero, con motivo de la entrega a del prófugo Cesare Battisti fue la manifestación más notoria de un conflicto de visiones cuyo más visible portavoz fue Raúl García Linera, el muy influyente hermano del Vicepresidente.
Hugo Moldiz, cuyo brevísimo paso por el ministerio de Gobierno quedó en una lista de cuentas por saldar, fue insistentemente nombrado como un posible sustituto de Romero. Muchas voces masistas exigían que se le dé una segunda oportunidad pero, sobre todo, que así se ponga límite al creciente descontento y frustración que al parecer se extiende entre las corrientes más radicales del oficialismo.
En ese contexto, la ratificación de Romero puede ser vista como un explícito desaire al ala más radical y, por consiguiente, como un paso más en dirección hacia un pragmatismo incompatible con fundamentalismos ideológicos.
A primera vista, el retorno al gabinete de Juan Ramón Quintana después de su pasantía por Cuba podría ser visto como la contrapartida de esa inclinación hacia la moderación. Sin embargo, dado el contexto internacional y el proceso de reconversión interna en que está empeñado el régimen cubano, el exoficial castrense puede también ser visto como un operador puesto al servicio de un pragmatismo ubicado por encima de suicidas enguerrillamientos principistas.
Merece también especial atención la incorporación de Manuel Canelas al círculo principal de colaboradores del presidente Morales. Pesa en su contra el gravísimo traspié que dio cuando el semanario oficialista “El Desacuerdo” del que formaba parte principal incurrió en un vergonzoso acto de difamación contra Rebeca Delgado. En su descargo cuentan otras actuaciones suyas que al menos dejan abierta la posibilidad y esperanza de que dé nuevos aires a uno de los ministerios más desacreditados.
Más allá de muy ligeros e irrelevantes matices, las demás designaciones y ratificaciones apuntan al parecer en la misma dirección signada por un pragmatismo tendiente a la moderación. Lo que es, desde luego, una muy esperanzadora señal.