El otro mensaje del 21F
Desde hace tres años, y con particular intensidad cuando llega el 21 de febrero, junto con las movilizaciones de quienes se oponen a la repostulación del binomio Morales - García Linera, proliferan los análisis e interpretaciones sobre el significado del mensaje transmitido a las fuerzas oficialistas a través del referéndum de 2016.
En cambio, no se le da la misma importancia a un segundo aspecto de ese mensaje: el dirigido a las fuerzas opositoras y sus principales líderes, a quienes la gente movilizada alrededor de la consigna “Bolivia dijo No” todavía no termina de aceptar. En efecto, como se ha podido ver en las principales ciudades del país, el rechazo a la fórmula oficialista no va aparejado, por lo menos no por ahora, de la irrupción de una fuerza capaz de hacerle frente con alguna posibilidad de éxito.
Ese no es un pequeño detalle, pues la principal característica de todos los intentos de las fuerzas opositoras, en los últimos 13 años, ha sido su fragilidad. Lo que resulta tan importante como las fortalezas del MAS para explicar lo ocurrido en nuestro país, al menos durante la última década. Y por lo que se puede ver, esa fragilidad, expresada de muchas maneras, está todavía lejos de ser superada.
En efecto, y a pesar de que ya el calendario corre en contra –pues está en pleno desarrollo el proceso electoral que desembocará en las urnas el próximo octubre– todavía no asoma, en ninguna de las fuerzas opositoras, la combinación de los tres elementos necesarios para lograr una acción política eficiente y eficaz: organización, liderazgo y propuesta de gobierno.
Como es fácil constatar, los 16 años transcurridos desde el colapso del anterior sistema de partidos y los 13 de la hegemonía lograda por el MAS no han sido suficientes para que las fuerzas opositoras hayan logrado algún avance significativo dirigido a llenar el vacío que quedó abierto. Y si bien es cierto que hubo y todavía hay algunos intentos, no es menos cierto que no alcanzan para consolidar una fórmula capaz de afrontar, con alguna posibilidad de éxito, los desafíos que están por venir.
Ya está demostrado que la bandera del 21F, por legítima que sea, y a pesar de su valor simbólico, no tiene ningún efecto práctico. Lo que ahora hace falta es que los candidatos y las organizaciones que los respaldan, demuestren que tienen algo mejor que ofrecer al futuro de Bolivia.