Mónica Rimassa, la heredera de un grande
Dueña de un talento único y con una personalidad encantadora, Mónica Rimassa Paz es la segunda hija del destacado Carlos Rimassa, de quien heredó la sensibilidad artística y el amor por el arte.
“Moni”, como la llaman con cariño sus allegados, tuvo desde niña un impulso irrefrenable por dibujar y pintar, pero sólo es a partir del dolor que enfrentó por la ausencia de su padre, “Chaly”, que su inspiración se hizo lienzo. Fue una especie de reencuentro con su padre.
El comienzo
Sus primeros trazos y afición como dibujante se dieron muy temprano. De hecho —cuenta Mónica—, se hizo ilustradora con una tendencia muy marcada hacia los cuentos y textos para niños. Fue recién a partir de los 90 cuando incursionó en el diseño gráfico e ilustraciones digitalizadas, realizando afiches, folletos, manuales y distintos tipos de material gráfico para instituciones bolivianas como la Oficina Jurídica de la mujer, el Instituto Femenino de Formación Integral (IFFI), la Reforma Educativa y Editorial Oceano, sólo para mencionar algunos organismos.
“Me inicié con trabajos a lápiz y empleando mucho color, pero el formato de dibujo y pintura con este material imposibilita explotar obras de mayores dimensiones”, explica.
En esa etapa, sus trabajos no eran más que de un metro por otro. Participó también como artista invitada en muestras colectivas de ilustradoras infantiles y mujeres pintoras y “siempre con trabajos sobre temas específicos, sujetos a aprobación de quiénes me los encargaban”, relata.
Posteriormente, se lanza a crear y experimentar estilos en cuadros que plasmó para su casa. “Una especie de tímida incursión que a veces saltó mi espacio para adornar la pared de algún familiar o amigo”. Al mismo tiempo ejercía de profesora de un preescolar en Cochabamba.
Entonces, sólo a manera de pasatiempo se lanzaba a plasmar sus ideas en los lienzos, en los que inevitablemente surgían su potencial y sensibilidad.
“Como todo hijo de artista, sentí que era imposible alcanzar la magnitud y destreza que tenía mi padre”, asegura.
Más tarde, hace una década, por razones de la vida, se fue a residir a Mérida, México, donde una amiga que visitó su casa quedó impactada con las obras que después llevó como parte de su equipaje.
“Me encargó 15 cuadros de gran formato. Es a partir de entonces que comienzo a pintar por encargo, en grande y, por supuesto, a dejar los lápices para incursionar en el acrílico y el óleo”, afirma.
Normalmente utiliza temas marinos, pero señala que no puede abandonar las montañas porque quiere homenajear a su tierra. “Una temática que no deja de sorprender a este lado del planeta que es de paisajes tropicales y donde no se ve jamás ni una colina”.
De ese modo, ya establecida en México transforma su mirada crítica y la refleja con un alto grado de sensibilidad ante la realidad que atraviesa el país. Así mismo, se impulsa a homenajear a sus raíces y a sus genes a través del arte, cultivándolo a su manera y con luz propia.
Algunos críticos encuentran rastros de la influencia de Carlos Rimassa en la obra de su hija, a lo que ella responde que es un honor que la conmueve profundamente.
“He vivido un proceso muy interesante de encontrar un lenguaje de reconexión con mi padre, a través de esta actividad que él amaba y que nos une por completo”, relata, y afirma además que él influenció de una manera determinante y poderosa no sólo su pintura, sino en su visión del mundo y la vida, y lo seguirá haciendo.
“El ‘Chaly’ vive en cada resquicio de lo que soy”, suspira, melancólica, mientras sostiene esta conversación vía telefónica.
Tras un tiempo largo de dedicación a las ilustraciones, Mónica Rimassa saltó al acrílico y al óleo con un estilo más maduro y cambiado, que ella califica como abstracto y neoimpresionista. En este periodo halló como aliada a la espátula, con la que define parte de la personalidad de su estilo.
Asegura que, por el momento, es el acrílico la técnica que más trabaja y comenta que el óleo no la termina de convencer por las condiciones climáticas de Yucatán, donde actualmente reside.
“Demasiado calor y humedad no contribuyen a avanzar como quisiera con este material y técnica. Se necesita una dosis extra de paciencia para esperar el secado y seguir”.
Se autocalifica impaciente cuando inicia un proceso creativo porque no le gusta interrumpirlo. “No tengo mucha paciencia para esperar a que seque el óleo; soy algo impulsiva y me gusta avanzar rápido”.
Mónica confiesa que, al principio, Mérida, al ser una ciudad de tradiciones arraigadas, de fuertes raíces mayas y una de las pocas que no recibía grandes migraciones de extranjeros, resultaba poco amigable.
“Obviamente, en 10 años esto ha cambiado y, al ser declarada la ciudad de la paz, muchas familias del resto de la república mexicana la encuentran como un lugar seguro para vivir, y por ello mismo las autoridades han dado mayor importancia al turismo, desarrollando nuevos canales y lenguajes culturales”.
Para ella, el tema ha significado una ventaja porque se le abrieron varias posibilidades en el ámbito artístico.
Resemantizando la pintura
México le ha permitido impulsar el arte tradicional y, paralelamente, la alternativa de explotar sus dotes creativos para traducirlos en actividades más cotidianas.
Una de ellas ha sido incursionar en el lanzamiento de una microempresa muy especial y reconocida. Completamente creativa y diversa.
Se trata del lanzamiento de una marca propia de objetos para vestir, todos delicadamente elaborados y pintados a mano.
“Hace un año, en una tarde de ocio y ganas de hacer algo diferente, me lancé a pintar una polera para mi hijo” lo que significó una nueva etapa en su existir. A partir de entonces, pinta zapatillas, poleras y gorras, con diseños únicos y originales, a pedido.
“Puedo manejar el mismo estilo, por ejemplo, para gente a la que le gustan diseños florales en sus vans; pero de ninguna manera haré dos pares de zapatillas iguales. Son totalmente únicas y originales”, dice.
Así mismo, ha logrado fusionar textos, mensajes y diseños muy significativos, que llaman la atención de los turistas y le auguran éxito en el mercado.
La hija del pintor también trabajó varios diseños para la afamada revista estadounidense Iguana (de Phoenix-Arizona), caracterizada por su lenguaje gráfico.
Para finalizar, Mónica conversa sobre la posibilidad de una pronta exhibición de su trabajo artístico, que quisiera trasladar hasta Cochabamba para lanzar una muestra pictórica junto a una compilación de su padre.
“Es una deuda pendiente”, dice, porque siempre quiso exponer junto a él. Pero ahora que no se halla a su lado, lo hará como un homenaje a su vida y obra.
De herencias
Mónica no es la única hija artista de “Chaly” Rimassa que pinta. También lo hace su hermano Rodrigo, arquitecto, que se ha dedicado al óleo.
Y pronto arranca la tercera generación de pintores con su hijo Rodrigo, que rompió la tradición familiar de amor a la arquitectura para sacar una licenciatura gastronómica también en México.
Rodrigo, su hijo, es muy talentoso. “Aún no le da crédito a sus trabajos, como me sucedió a mí. Pero sé que es cuestión de tiempo, hasta que deje fluir lo que los Rimassas llevamos tatuado en el alma: el profundo amor al arte”, dice convencida de que un artista nace y se hace.