Uchupiamonas evaden su extinción y el extractivismo con el ecoturismo
Era principios de los 90 cuando un israelí, de unos 33 años, se encontraba dentro de una cabina telefónica en Washington DC, con una guía de páginas amarillas y un documento de tres hojas que contenía una idea para salvar a un pueblo amazónico de la extinción y evadir el extractivismo.
En 1981, el mismo joven estaba a punto de morir en la selva boliviana, donde se había perdido por tres semanas, cuando dos cazadores de San José de Uchupiamonas lo rescataron. Diez años después, tenía una misión encomendada por los líderes de aquel pueblo: evitar la desaparición de la comunidad y conseguir fondos para hacer realidad un proyecto de ecoturismo.
“Fui a Washington y llamé de un teléfono público y me contestó el BID, que no los conocía. Yo estuve muy ingenuo. Pedí en estas tres páginas 250 mil dólares. Era la única reunión que tenía y salí con 1.250.000 dólares”, relata Yossi Ghinsberg, más de 30 años después de aquel episodio. Pero el trabajo aún estaba por comenzar.
En los 90, la única forma de acceder al pueblo, ubicado en el norte de La Paz, era a través del río Tuichi, a nueve horas desde Rurrenabaque. La gente moría por falta de acceso a servicios de salud. La educación sólo llegaba al quinto de primaria. No había agua potable, servicios básicos ni acceso a telefonía celular.
“Esta población ya estaba en éxodo. La gente alistaba las maletas para salir. La pregunta era: ¿Cómo íbamos a sostener a la población?”, recuerda Guido Mamani, uno de los impulsores del proyecto Chalalán. “Ahí viene el turismo”.
Nace Chalalán
San José de Uchupiamonas es una aldea de siete por cuatro cuadras, con calles asfaltadas con pasto y árboles frutales que surgen por todas partes. En una de las viviendas, a casi dos cuadras de la plaza principal vive Zenón Limaco, de 64 años, viejo amigo de Guido Mamani y de Yossi, con quienes inició esta loca idea de salvar a su pueblo a través del turismo.
Sentado en un tronco en el patio de su casa, Zenón recuerda: “La idea del ecoturismo la trajo Yossi Ghinsberg”.
Ghinsberg fue uno de los tantos israelitas que visitaron la Amazonía boliviana por décadas, pero el único (hasta donde se sabe) que se perdió por tres semanas al interior del Madidi y vivió para contarlo. Su experiencia fue retratada en un libro y convertida al cine con la película Jungle, protagonizada por Daniel Radcliffe.
Como agradecimiento, Yossi ayudó a Guido y Zenón a escribir el proyecto para construir el Albergue Ecológico Chalalán, donde llegarían turistas de todo el mundo y se generaría recursos para la comunidad de manera sostenible, además de ofrecer una razón para que la gente se quedara en el lugar.
La millonaria donación del BID sirvió para construir la infraestructura del Chalalán, entrenar a los trabajadores (indígenas uchupiamonas), realizar los trámites de consolidación de la empresa y otros gastos durante cinco años: de 1995 a 1999.
“Cortábamos los árboles con machete, no con motor para no hacer ruido. Eran unos años muy lindos de mi vida”, comenta Yossi.
Para inicios del nuevo milenio, la empresa Albergue Ecológico Chalalán S.A. ya estaba activa. Hoy en día 74 familias son propietarias del 50 por ciento de las acciones. El otro 50 por ciento le pertenece a la comunidad, representada por sus autoridades de turno.
La idea del ecoturismo comunitario parecía dar resultados. La gente comenzó a deshacer las valijas, los niveles de colegiatura aumentaron hasta llegar al bachillerato. El servicio de provisión de agua mejoró, se construyó una antena para telefonía celular y la comunidad logró la titulación de 210 mil hectáreas dentro del Parque Nacional Madidi, el cual fue creado en 1995.
Muchos jóvenes comenzaron a terminar el colegio para luego ingresar a las universidades y aprender inglés. El desarrollo del capital humano es uno de los mayores logros que se consiguió con el emprendimiento turístico, afirman los entrevistados.
Uno de los muchos que se capacitaron en Chalalán es Sandro Valdez, de 42 años, quien es un guía turístico experimentado en la observación de aves. Hoy en día trabaja en el Sadiri Lodge, uno de los seis emprendimientos que surgieron después del Chalalán. Los otros cinco son: Madidi Jungle, Yuruma Journeys, Berraco del Madidi, Corazón del Madidi, y Santa Rosa del Madidi.
“Nosotros queremos que siga el Madidi y proteger esta biodiversidad que mostramos a los que nos visitan”, afirma Valdez.
“Ésta es la visión de la comunidad. Ahorita a cualquier le pregunta por cuál optaría, siempre le darán la negativa del extractivismo y la minería”, añade Pedro Macuapua, administrador del Berraco del Madidi.
Nuevas amenazas
Ruth Alipa, líder indígena y administradora del Sadiri Lodge, dice que si bien el ecoturismo permitió evadir el extractivismo durante varios años en el Madidi, las amenazas a esta parte de la Amazonía aumentaron con la bonanza de la minería aurífera, la urgencia de la exploración petrolera y, sobre todo, los proyectos que impulsa el Gobierno del Movimiento Al Socialismo (MAS) para expandir la agroindustria con monocultivos de caña de azúcar, arroz, maíz y últimamente palma africana, una planta que supuestamente le permitirá al país reducir su dependencia en los combustibles fósiles importados.
“La mayor amenaza es el Gobierno, porque con sus políticas nos dice lo que es desarrollo, porque con sus programas nos van a destruir”, expresa Ruth, quien ha visto que las aguas del Tuichi ya no aclaran por la minería aurífera en Apolo y cómo los incendios consumieron la vegetación en 2023.
San José de Uchupiamonas sobrevivió al nuevo milenio con el ecoturismo como punta de lanza para generar economía. Pero no todos están convencidos que los resultados sean definitivos. “Todavía tengo dudas de si el proyecto funcionó y si el pueblo pudo ser salvado. De postergar su muerte... sí que lo hicimos”, dice Zenón.
Los turistas no suelen llegar al pueblo, sino a los emprendimientos alejados, que están a varios kilómetros. El servicio de agua se interrumpe. El camino queda intransitable en época de lluvia. El servicio de internet es lento. Todavía hay mucho por hacer para garantizar una mejor calidad de vida para los pobladores.
Chalalán alcanzó sus mejores años allá por 2015, después hubo un descenso que llegó a cero con la pandemia. Ahora está mejor, pero la presión burocrática (impuestos, aportes para jubilación, seguros, etcétera) disminuyó las posibilidades de generar los ingresos que la comunidad requiere.
“Claro, la minería no paga impuestos y nadie dice nada, pero aquí nosotros que cuidamos el medioambiente y traemos plata extranjera tenemos que cumplir con toda la normativa, y el Gobierno nos envía comisiones que nos sacan dinero”, se queja Guido.
De todas maneras, a diferencia de su viejo amigo Zenón, él está convencido de que el objetivo principal fue cumplido: salvar al pueblo de un éxodo y evadir el extractivismo. “Estamos hablando de valorar lo que uno es, de la autoestima de la juventud. Otros pueblos están copiando esto. Se copia la idea del Chalalán”.
* Esta investigación fue realizada con el apoyo del Fondo Concursable de la Fundación para el Periodismos (FPP) en el marco del proyecto Periodismo de Soluciones, con el respaldo The National Endowment for Democracy (NED).