Entre el bien común y el sectarismo
Una labor permanente que deben tener la ciudadanía y las diferentes instituciones es garantizar que la ciudad sea acogedora, brinde espacios de esparcimiento, se respete el medio ambiente y el patrimonio urbano y también se atienda los aspectos estéticos de una urbe que crece desorganizadamente.
Sin duda, es fundamentalmente la Alcaldía la instancia estatal que debe velar por dotar a la ciudad de esas características, pero corresponde a los habitantes y estantes ayudar a que se marche en esa dirección y, complementariamente, colaborar a su cuidado.
Las autoridades municipales que comenzaron su gestión el año pasado han mostrado predisposición para atender las condiciones que permiten calificar a la ciudad como amistosa, respetuosa del medio ambiente y el bien común. La remodelación de plazas, parques y algunas vías, por ejemplo, es una muestra de esa predisposición que si bien no debe ser única, si es importante para una sana convivencia urbana. De ahí que resulta, por decir lo menos, impertinente que algunas instituciones y, particularmente, algunas exautoridades municipales, que en su gestión muy poco hicieron en este sentido, intenten salir ahora a la palestra pública para criticar de muy mala fe y sin ningún ánimo constructivo lo que con muchas dificultades se está haciendo.
Es importante rechazar esas actitudes que poco ayudan a construir un sana cultura urbana, lo que, hay que aclarar, no significa dar un cheque en blanco a todo lo que se hace, particularmente si no se siguen procesos transparentes. La virtud de una administración municipal es atender en forma integral las necesidades ciudadanas y hacerlo con eficiencia y honestidad, pensando en el bien común antes que en intereses sectarios o particulares.