La agonía de la laguna Alalay
Una vez más, las malas noticias que durante la última semana se han conocido sobre el paulatino proceso de destrucción al que está siendo sometida la laguna Alalay han puesto en evidencia que la salud medioambiental ocupa un lugar muy secundario entre las preocupaciones de nuestra colectividad.
En esta ocasión, lo que ha vuelto a poner el tema en la agenda noticiosa ha sido la muerte súbita de miles de peces. Hace unos meses, fueron los incendios provocados por manos criminales. Poco antes, salió a luz una serie de irregularidades que impunemente se cometen en la administración de espacios cedidos por el municipio en calidad de comodato a diversas instituciones privadas.
Más allá e independientemente de los rasgos particulares de cada uno de esos casos, todos ellos tienen un elemento en común. Es que son la directa consecuencia de una actitud negligente de las autoridades municipales --las de la actual gestión, como de todas las anteriores-- que al parecer no tienen ningún interés en salvar ese reservorio de agua. Por el contrario, y a juzgar por la falta de compromiso con que actúan, se diría que lo que en realidad se proponen es hallar alguna fórmula para eliminar disimuladamente los obstáculos que se interponen entre tan importante extensión de terrenos y el desenfrenado avance de la mancha urbana sobre las pocas áreas verdes que quedan en la ciudad y sus alrededores.
Es de esperar que esas sospechas sean desmentidas categóricamente durante los próximos días pero no a través de declaraciones de buenas intenciones, pues de ellas ya se ha oído en exceso, sino de medidas concretas y efectivas.