Bolivia tiene gemelitos ¿Enhorabuena?
La llegada de gemelos a la vida de una familia debe ser una de las alegrías más grandes del mundo. Pero cuando una economía registra, simultáneamente, un elevado déficit fiscal y un desequilibrio comercial, no es motivo de felicidad. Los déficits gemelos pueden constituirse en un gran dolor de cabeza. En el 2015, la pérdida pública alcanzó a 6,1 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB), variable que se define como toda la riqueza generada por un país en un año. El déficit en cuenta corriente (aquí nos concentraremos en el desajuste comercial), en el mismo periodo, fue de 953 millones de dólares. Esto significa que después de muchos años, nuestras importaciones fueron mayores que las exportaciones. Para el año que transcurre ambas cuentas también presentarán pérdidas. Dado que los déficits gemelos recién aparecen en nuestra economía, es conveniente entenderlos y ver de qué manera se puede evitar que provoquen una crisis financiera.
En los años 80, se presentó un fenómeno parecido en los Estados Unidos que suscitó mucha polémica y dio origen a la teoría de los déficits gemelos. Esta hipótesis sostiene que un desequilibrio en las cuentas públicas (gastos e inversiones mayores que los ingresos provenientes de impuestos) provoca un inestabilidad en las cuentas externas. En su versión sencilla, si el déficit es provocado por un exceso de gasto, (para sostener un aumento del consumo interno, por ejemplo), esto causa que las importaciones sean mayores que las exportaciones. En una interpretación más sofisticada, el desequilibrio público provocado por reducción de ingresos estatales, hace que las personas ahorren más y inviertan menos, porque guardan dinero para el aumento de las tasas impositivas futuras. En algún momento ulterior, el Gobierno tendrá que implementar estos reajustes, justamente para cerrar el déficit público que ha creado. En ambos casos, el desajuste de las cuentas públicas hace que se necesite más ahorro externo, por lo que se produce un déficit en cuenta corriente.
En países en vías de desarrollo como Bolivia, la causalidad sería inversa, quiere decir, que un déficit en la cuenta corriente (desajuste comercial) profundiza el desarreglo fiscal. Recordemos que hasta el 2014, la economía nacional registraba superávits tanto en el sector público como en la cuenta corriente, inclusive la balanza de pagos mostraba un saldo positivo. Recordemos que ésta es el registro sistemático de las transacciones comerciales y financieras de un país con el resto del mundo.
Pero, debido a la caída de los precios de las materias primas que exportamos, sobre todo el gas natural, comenzamos a perder como 4 mil millones de dólares por año en el frente externo. Para que esta caída no tenga un efecto sobre el crecimiento interno, el Gobierno aumentó tanto el gasto como la inversión pública, pero aceptando un fuerte déficit público de 6 por ciento del PIB.
Si bien este fenómeno recién comienza, el peligro está en que los gemelitos se retroalimenten y produzcan una insolvencia en la economía. Aquí una de las preguntas claves es: ¿cómo el Gobierno puede financiar el déficit público sin que éste contribuya a un mayor desequilibrio externo? En el periodo 2015-2016, todo indica que el Gobierno, parcialmente, perderá reservas internacionales, acumuladas por el Banco Central de Bolivia, para financiar su brecha entre gastos e ingresos, pero estos recursos claramente no son suficientes, por lo que se ha anunciado que la administración Morales se prestará plata de afuera para sostener la demanda interna, aprovechando que el coeficiente de endeudamiento es bajo, en torno del 20 por ciento del PIB. Entretanto, este mecanismo de sustentar gastos e inversiones públicas con plata de afuera es peligroso. En efecto, el atraer ahorro externo para cerrar la brecha fiscal implica un aumento de la deuda financiera. El riesgo es crear un círculo vicioso por el cual, al incremento de las necesidades de ahorro externo debe agregarse el pago de las tasas intereses y las amortizaciones del capital prestado, más las utilidades giradas al extranjero por el capital foráneo invertido. Así el pago del servicio de la deuda y de las ganancias, desequilibra la balanza de servicios que también es parte de la cuenta corriente y agrava el déficit externo.
Además, sostener tasas elevadas de crecimiento económico con financiamiento externo genera una economía dependiente. Por supuesto esto depende, primero del tiempo que duren las vacas flacas y segundo, de cómo se usan los préstamos, si se encaminan para gastos corrientes la situación es complicada. Ahora, si se destina a inversión pública, habrá que analizar la calidad y rentabilidad de ésta. La experiencia histórica de Latinoamérica y Bolivia al respecto no es muy alentadora, casi siempre se gastó e invirtió mal, más aún la inversión pública fue fuente de corrupción extrema.
Además, considerando que en el país el tipo de cambio real está sobrevaluado, el financiamiento del gasto y la inversión pública con ahorro externo, en una economía muy abierta como la boliviana, agravan el déficit externo. Importar bienes del exterior se torna muy barato. Ahora, si el financiamiento externo se detiene abruptamente o se produce una devaluación elevada, están creadas las condiciones para una crisis.
En suma, la idea de sustentar el crecimiento elevado con ahorro externo, vía financiamiento del déficit público con préstamos internacionales, aliando a un populismo cambiario de tasa fija, además de profundizar el desequilibrio externo y podría provocar una crisis de balanza de pagos. Este es un camino que puede ser explosivo y aumenta el riesgo de una crisis financiera. En este caso, los déficits gemelos muestran su peor cara porque se retroalimentan.
El autor es economista.
Columnas de GONZALO CHÁVEZ A.