Recuperar códigos comunes de diálogo
Una característica de estos tiempos es que en el campo público pocas veces lo que se dice es lo que se quiere que se entienda, y una sistemática inconsecuencia entre lo que se dice y se hace.
Así, uno (hombre o mujer) es libertario mientras el otro está de acuerdo conmigo; si no lo está, antes que provocar un diálogo, se pasa directamente a la descalificación. O si el adversario hace algo que responde a su posición, en vez de destacar la coincidencia, se procede a criticar lo hecho.
Ejemplos hay muchos que no sólo obstaculizan el diálogo, sino que desorientan a la ciudadanía que para comprender lo que está sucediendo, debe, previamente, aceptar que no hay códigos comunes que permitan una buena comunicación. Empeora esta situación el hecho de haberse perdido la capacidad de escuchar al otro y no pensar sobre “qué estará queriendo decir” el interlocutor y cómo se responderá a lo que se cree que quiere decir.
A propósito de la Ley de Identidad de Género, los presuntamente progresistas que la apoyan asumen un papel de Torquemada (valga la paradoja) contra los que la critican, y en ambos campos hay un uso y abuso de la desinformación, al punto que es poco menos que imposible tener un cabal conocimiento de la norma.
En la economía se llega al paroxismo. Por ejemplo, la decisión del Gobierno de cerrar empresas estatales deficitarias no sólo es criticada por las corrientes que apoyan un modelo estatal, sino por quienes se reclaman tributarios de modelos que exigen un Estado a lo máximo regulador. Y en política, basta leer las noticias diarias del sector.
¿Será parte del desconcierto que vivimos esta ausencia de códigos comunes, que imposibilitan dialogar?