Kant, Eco y los nuevos vecinos
Leí en el suplemento cultural orureño “El Duende” que trae novedades quincenalmente, un artículo del italiano Umberto Eco, quien a la vez cita al alemán Emmanuel Kant sobre su crítica a la música como la última de las bellas artes por la forma en que invade a quienes “no son parte de la reunión musical”.
Me asombró saber que hace 200 años alguien ya se quejaba de la música porque hay en ella “una falta de urbanidad porque por la naturaleza misma de los instrumentos extiende su acción más lejos de lo que se desea en la vecindad; ella se abre en cierto modo paso y viene a turbar la libertad” de quienes no quisieran oírla.
Eco responde que no estaría de acuerdo si pensamos que los que viven alrededor de la Arena de Verona escuchan la ópera de Aída de Guiseppe Garibaldi. Sin embargo, comienza a dar la razón a Kant cuando piensa que él como vecino de una zona en Milán participa desde su cama sin quererlo de los muchos conciertos de rock que ahí se organizan hasta la madrugada.
También cita al poeta Valerio Magrelli que habla del mismo tema sobre la música que uno elige escuchar y la que nos imponen los demás, lo primero puede ser un placer, lo segundo “un delito”. Este escritor anota que hay “dos materiales cuyo abuso está destrozando la ecología del planeta: el plástico y la música”. El plástico se queda y la música se desvanece pero ya agredió al oyente involuntario. “¿Cómo recuperar el don de la sordera”?, concluye Eco después de contar varias anécdotas que han privado al ser moderno del goce de la contemplación.
Cito todo esto porque me anoto a este bando de Kant, Eco, Magrelli frente a lo que pasa en el mundo, en el país y en la Oh Linda La Paz, ciudad maravillosa, por el accionar de parte de sus habitantes. Así estamos sufridos los vecinos de El Montículo desde que llegó una nueva familia al barrio que ha decidido poner con volumen y parlantes música chicha del más bajo nivel. El pobre crítico literario que vive al frente ha tenido que abandonar su escritorio soleado para refugiarse en la despensa oscura.
No es sólo ello, hay que agregar que la numerosa familia decidió además construir siete pisos en el jardín de lo que fue una casa señorial de la pasada época y todos debemos contemplar el estropicio. Protestaron vecinos, juntas, parroquianos y también la propia Alcaldía que los denunció porque carecen de planos aprobados.
Qué hacer. Les da la gana… “que cobren multa, pues”. Los que se quejaron son acusados ahora de racistas y los que pidieron respetar el silencio del parque más bello de la ciudad son sólo unos neoliberales. ¿Cuál derecho debe primar?
La autora es periodista.
Columnas de LUPE CAJÍAS