Un discurso poco honesto
Más allá de que un discurso que dura más de cuatro horas no ha sido diseñado ni para ser atendido ni entendido, más allá de que hablar tan largo muestra una profunda incapacidad para la síntesis y una más profunda falta de respeto para los presentes, el problema con el discurso del 22 de enero de su Excelencia es que ante todo se trata de un discurso plagado de “inverdades”.
Equiparar el último decenio con los anteriores 180 años no lleva a nada. Un historiador, un economista o un conocedor de historia económica y un sociólogo serio se tirarían de los pelos ante la sola propuesta de una comparación de esa naturaleza. Las personas de sentido común con una mínima formación también descartarían semejante despropósito que sólo lleva a la confusión y no al esclarecimiento.
Nadie en su sano juicio puede pensar que Bolivia no ha cambiado sustancialmente en los últimos 11 años, y nadie puede negar los enormes cambios económicos que se han dado, y el enriquecimiento general del país. El Gobierno de Evo Morales ha tenido grandes aciertos, por ejemplo la construcción y el asfalto de muchas carreteras, pero ha cometido una enorme cantidad de errores, primero, porque ha perdido el norte respecto a las verdaderas prioridades que debe tener un país tan pobre como Bolivia.
En su autoglorificante discurso Evo ha omitido la clave principal del éxito que ha tenido su gestión, vale decir el enorme aumento de precio de las materias primas, del gas, de los minerales, y de otros productos como la soya y la quinua. Extremo que no ha tenido nada que ver con el proceso de cambio, sino con los mercados internacionales.
El problema de este discurso es ético, porque dibuja una realidad falsa de nuestro pasado. Cabe preguntarse qué lleva a un primer mandatario a avalar un discurso tan largo, y que pretende antes confundir que aclarar.
¿A quién quiere engañar el Primer Mandatario con esos guarismos y esas comparaciones acrobáticas? Ciertamente no a quienes tienen una visión crítica a su gestión, tampoco a la parte ilustrada de su clientela política. En realidad es posible que se esté engañando a sí mismo, lo cual es altamente patético, aunque sería aún peor que él verdaderamente crea que es el mejor presidente que jamás tuvo Bolivia, y crea que durante su mandato se hizo más que durante toda la historia republicana.
Lo más triste es que ese discurso, leído en clave de ritual, posiblemente está dirigido a la parte de su electorado cautivo que tiene una relación emotiva con su líder, es un discurso en ese sentido innecesario, pero que pretende engañar a los más incautos de los bolivianos. A los que tienen menos formación, a los que no se pueden defender de las mentiras y las fantasías y los sueños de grandeza de su líder.
La historia de Bolivia es una historia fascinante, una historia de luchas, de logros, de dificultades, de injusticias, y de gente con gran voluntad. Reducirla, reinterpretarla en forma maniquea como lo ha hecho el presidente Morales en su alocución es una falta de respeto al país, a nuestros ancestros, los originarios y los que llegaron de lejos y también hicieron país. Y aclaremos que nada empezó en 1825, que los casi 300 años anteriores fueron también fascinantes del mismo modo como lo fueron los milenios anteriores.
Evo, mal que le pese es un producto del neoliberalismo y de la revolución del 52. Su paso por la historia es importante, nadie lo va a negar, pero es posible que tenga más sombras que luces, ante todo por esa incapacidad no sólo para identificar prioridades, sino para entenderse a sí mismo en el contexto de la historia reciente del país.
El autor es operador de turismo
Columnas de AGUSTÍN ECHALAR ASCARRUNZ