Fui perdonado
Más allá de la anécdota, debo reconocer que mi preocupación se acrecentaba, en la medida que me preguntaba el destino de mi platita, la que me presté para cubrir el “tributazo”. Esas broncas se hacían más fuertes al momento de recibir información, respecto a las prioridades en la inversión pública de las autoridades nacionales y locales.
Así es, me acogí al perdón, pero no al que usted amable lector se está imaginando, no fueron las cortes celestiales o avemarías ajenas que me redimieron, fueron más bien harto terrenales, de quienes se les reblandece el corazón los últimos meses del año. En efecto, esos aplicados funcionarios estatales, que desde sus arcas, municipales o del Gobierno central, agitan a las clases medias, para que admitan sus errores tributarios y se acojan al famoso perdonazo. No me quedó otra, reunión familiar de emergencia y pensar seriamente de donde conseguir platita extra para cubrir esos gastos, más aún, ante la persecución de que fui objeto, a través de reiteradas llamadas y cedulones de advertencia del Gran Hermano, estaba en deuda, y no me quedó más que subir al patíbulo para ser bendecido por el perdón.
Una hábil maniobra del recaudador me hizo comprender que no tenía escapatoria, estaba contra la pared, en realidad contra el escritorio del benévolo representante del perdonazo. Puso dos, sumó tres, multiplicó por las famosas UFV y de pronto me vi asediado por sumas de dinero que se habían acumulado, y como el arte de prestidigitador fue convincente firmé varios papeles, en los que reconocía el atrevimiento de faltar a la honra de mi deuda y me comprometía a pagar en cuotas mensuales, amén de que si no pagaba en las fechas establecidas, “borrón y cuenta nueva” mi deudita crecía por el cálculo de las afamadas UFV. Aquí me tienen, perdonado pero endeudado.
Más allá de la anécdota, debo reconocer que mi preocupación se acrecentaba, en la medida que me preguntaba el destino de mi platita, la que me presté para cubrir el “tributazo”. Esas broncas se hacían más fuertes al momento de recibir información, respecto a las prioridades en la inversión pública de las autoridades nacionales y locales. Ni duda cabe, que no son las mismas del ciudadano de a pie. Alcaldes, ministros y funcionarios públicos están en un frenético concurso de quien construye más. Esos mamotretos de cemento o de pasto artificial que desafían el sentido común, allá donde los déficits de salud, empleo y educación son evidentes se erige cual viril miembro un estadio sin terminar, o el mercado de cuatro pisos con estatua incluida.
Pero no solamente estos adefesios del cemento están a la vista, sino también los informes de investigación del Cedib, la Fundación Jubileo, entre otros, que reconstruyen los escenarios de la inversión pública, estos establecen que ante la disminución de los ingresos por la venta de recursos naturales no renovables, se está recurriendo a las chauchas y bolsillos de los contribuyentes.
En ese gris panorama observo cómo los aparatos de comunicación, ya sean municipales o del Gobierno central, reiteran hasta el cansancio en publicidad pagada, que ellos, los elegidos, están pensando en nosotros y al parecer razonando por nosotros, qué y cómo se debe invertir los recursos públicos. La sensatez no está de su lado. Las vociferaciones de que si “ellos” no estaban, quedábamos abandonados por los dioses, sin los astros que habían huido ante la tristeza de nuestro pueblo.
Hemos retrocedido en las capacidades ciudadanas de alimentar con nuestros imaginarios y necesidades la ciudad que queremos, el país que soñamos, menos agresiva con el medio ambiente, solidaria, menos contaminada, que recupere los deteriorados ecosistemas de los pocos pulmones verdes que nos ha dejado la angurria del loteador profesional y en complicidad con funcionarios y autoridades, con seguridad ciudadana, que permita que los jóvenes tengan las posibilidades de contar con empleo, un ambiente social que logre parar la violencia contra las mujeres y los niños, y con un sistema de transporte masivo que resuelva los problemas de conectividad. Sin embargo de este parcial recordatorio de las prioridades ciudadanas, se impone la vocinglería y la impostura. Ahora sí, estamos abandonados por nuestros dioses y en manos de las autoridades.
El autor es sociólogo, miembro del EPRI.