Memoria de plástico
Se puede decir mucho sobre la simbología del plástico, desde apreciar su utilidad y su desabrida vejez hasta que es un material nefastamente indestructible, en cierto modo, como las cucarachas en el mundo animal. ¿Querrá el presidente Morales que se lo recuerde como el gobernante que más canchas de plástico mandó hacer en Bolivia?
Es un lugar común que todas las personas queremos trascender nuestra humana presencia en este mundo. Según el diccionario, trascender, una palabra que viene del latín, se refiere a “los efectos de algunas cosas: Extenderse o comunicarse a otras, produciendo consecuencias”, “Estar o ir más allá de algo”; en filosofía “Traspasar los límites de la experiencia posible”.
En tanto significa los efectos de pasar de una situación o sustancia a otra, trascender se aplica a olores, gestos y sonidos y, por supuesto, a la memoria. Hay muchas formas de transcendere , como tantos son los ámbitos de acciones de mujeres y hombres en las sociedades a través de los tiempos, desde los vínculos del amor y la familia; el arte, las ciencias, los deportes; hazañas en exploraciones y descubrimientos, y, cómo no, la guerra y la política.
Quizá en la vida cotidiana hemos terminado por asociar la trascendencia al tiempo que un nombre, imagen o contribución permanecerá en la memoria colectiva y pública, lo que sería, en cierto modo, confundir trascendencia con fama, su versión más trivial y efímera. Seguramente aquí tiene mucho que ver la proliferación e inmediatez de la información difundida masivamente por los medios de comunicación y las redes sociales. Por eso, cada vez más, quienes hacen política actúan como cantantes, futbolistas o estrellas de cine, astros fugaces de perecedera memoria. ¿Será también por eso que hay una persistente devaluación de la acción política?
De ese modo, vemos estatuas de nuevos y antiguos próceres, que envejecen sin gracia ni dignidad, encargadas por autoridades y pagadas con dineros estatales, es decir, de la contribución ciudadana (como el monumento a Juana Azurduy que el presidente Morales “regaló” a la Argentina); edificios monumentales, levantados en nombre de las necesidades de la población, que a poco de inaugurados comienzan a descascararse y mostrar las llagas de lo inútil y de lo mal hecho (como el aeropuerto de Alcantarí en Chuquisaca o el Hospital del Niño en Cochabamba).
Quizá la peor pauperización del transcendere son las canchas con pasto sintético regadas por el Gobierno del MAS en todo el país. Hay tantas que podría hacerse una oferta de viaje de turismo político del absurdo para demostrar de qué forma la abundancia se convierte en defecto. Nos dicen que el fútbol es pasión de multitudes, que la población pide esas canchas y que las valora como una respuesta a sus necesidades. Sin embargo, son sembradas en poblaciones que difícilmente juntarán el número de espectadores para llenar sus graderías y, con suerte, en alguna temporada festiva y con ferias todos los días lograrán un nivel aceptable de su ocupación. Pero, las canchas y su césped de plástico ahí están. En las más recientes aún reluce el verde pasto sintético. En las que llevan más de cinco años las lluvias y el ardor del sol les quitó el lustre y comienzan a despellejarse como un animal enfermo.
Se puede decir mucho sobre la simbología del plástico, desde apreciar su utilidad y su desabrida vejez hasta que es un material nefastamente indestructible, en cierto modo, como las cucarachas en el mundo animal. ¿Querrá el presidente Morales que se lo recuerde como el gobernante que más canchas de plástico mandó hacer en Bolivia?
La autora es comunicadora social.
Columnas de CARMEN BEATRIZ RUIZ