La democracia sin nosotros
Cuánto dolor causa la certeza de la muerte. Es una herida abierta que sangra sin cesar desde que la asumimos con conciencia. Entonces ¿vamos a desaparecer? ¿La vida ha de continuar sin nosotros? ¿Y quién se hará cargo de ella? Vamos a desaparecer pero algunos han de convertirse en almas que cuidarán de sus aún vivos. Otros, que profesan otra fe, y aspiran en volver (re)encarnados, dejarán esta condición bípeda y se convertirán en ciempiés o arañitas besuconas. Quizás ya no sean los mismos. Pero esta vida repleta de contradicciones ha de seguir mientras alguno de los poderosos no aprete el botón equivocado. Otros, la mayoría donde estoy, se volverán nada.
La democracia ha de continuar. Su vida no termina con nadie. Diría, más bien, categóricamente lo contrario: ha de continuar sin nosotros apenas se nos acabe el ciclo. Y no vale la pena apelar a las fantasías. Somos seres humanos y los datos registran 6 mil millones dándose de cabezazos y de codazos en la dura lucha de la sobrevivencia. En Bolivia, que es lo nuestro, somos como 10, y casi todos quieren ser presidentes del Estado o técnicos de fútbol. La democracia indica que es una aspiración legítima. ¿Por qué se debe considerar que uno es Uno? Es un razonamiento endiosado: uno es, a la larga, simplemente cero.
Denota falencia estructural que la democracia se “caiga” porque falta alguien. Quizás por eso es pertinente volver a hablar de la institucionalidad estatal escasamente trabajada por los tantos Gobiernos. ¿Qué cimiento es el que la sostiene? Al parecer, ninguno, porque afirmamos que no existe. Al retirarse el hombre excepcional, se estaría retirando las columnas y el techo se vendría abajo con gran estrépito y polvareda propia de bomba atómica, como un hongo fúnebre en nuestro firmamento. Fin de la existencia por la tonta idea de remover al Uno y pensar que la vida se renueva cada día. Sin embargo, ésa es la estricta verdad: donde hay uno, hay otros. Cada día nace una nueva humanidad. La vida se renueva sin cesar. Nada impide, ni por asomo, que el mundo continúe girando.
La democracia no es un hombre, es la institucionalidad. En Bolivia la institucionalidad también existe. Está creada, bautizada con nombres largos e innecesariamente grandilocuentes, muy propio de la campaña permanente y excesiva. Lo que sucede con nuestra vasta institucionalidad es que parece no colaborar en sostener el techo de la democracia porque es improvisada, esclavizada al ejecutivo nacional, no jerarquizada. Es una institucionalidad sin hueso. Blanda. Entregada. Lo es así porque el ejercicio político quiere que sea así. En el afán de coparlo todo, los partidos políticos remojan todas las columnas, y luego las sobrecargan con supernumerarios, las sacuden y las zapatean antes de mirar hacia arriba porque aún así, con esa conducta impropia de un demócrata, curiosamente ese techo, esa institucionalidad siempre tan venida a menos, sigue en pie. No se cae.
Esa columna blandengue pero firme es la democracia boliviana. Está en pie porque el pueblo, la ciudadanía, así lo quiere. No depende de nadie y no tiembla ante el discurso que indica que alguien es insustituible. Ya sabe, y por experiencia muy bien, que nadie lo es. La democracia ha de continuar sin nosotros, aún cuando esta generación próxima a los 60 se extinga. A nuestras espaldas, otra generación comienza a precalentar.
Qué distinto sería que el discurso cambiara de signo y dijera “nadie impedirá que la institucionalidad se vigorice con los mejores de nosotros. Vamos a respetar las leyes por las que ya hemos votado. Nuestro país es firme y consecuente”. Qué distinto sería todo si se militara en la elemental e indispensable grandeza.
Pero nadie debe desanimarse por la distancia que aún nos separa del ideal. Vamos a superarnos a nosotros mismos buscando la inmortalidad de nuestra conducta. Vamos a morir, pero recordando a quienes actuaron con decencia. La institucionalidad democrática somos esencialmente nosotros.
El autor es escritor.
Columnas de GONZALO LEMA