La resistencia de los Urus
Terrible que continuemos cayendo en mitificaciones esencialistas sobre los pueblos precolombinos como si no formaran parte de la humanidad y su naturaleza
Una de las cosas que hizo que me dedique a las ciencias sociales fue una pasión núbil por los pueblos precolombinos. Gracias a la biblioteca de mi padre, en la adolescencia me deleité con el misterio de los Puquinas a través de las líneas de Thierry Saignes, el acuático enigma de los Urus de la mano de Nathan Wachtel, las desesperanzas tropicales de Lévi-Strauss, la quimera yaqui en la prosa de Castaneda. Y como una cosa lleva a la otra, me vi soñando con enormes torres erguidas en azules lagos descomunales, recorriendo reliquias enterradas entre lianas selváticas con el verde acrecentado en el delirio onírico, escudriñando mentalmente las ruinas de Tiahuanaco y fantaseando con dinastías de gigantes. En la universidad, terminaron de encender mi imaginación el jesuita Federico Aguiló con su profunda dedicación a las etnias andinas, y el regalo de un amor juvenil: el Popol Vuh, maravillosa poesía reveladora de la mitología maya.
Y aunque conocemos muy poco de una mayoría de estos pueblos, lo cierto es que antes de la llegada de los colonizadores europeos había guerras de conquista, procesos de dominación, discriminación étnica, todos ellos lúgubres atributos de la historia de la humanidad, aquí y en la Cochinchina.
Una de las etnias más afectadas por procesos de dominación fueron los Urus, hombres y mujeres de carácter afable y costumbres acuáticas, advirtiéndose su influencia en las costas del Pacífico sur y en los lagos de altura de los Andes. De acuerdo a las investigaciones, los Urus intentaron ser subyugados por los Señoríos Aymaras, el Imperio Incaico y el coloniaje y sus secuelas republicanas.
Lo interesante es que los Aymaras se esforzaron por asimilar a los Urus, procurando alejarlos de sus hábitos lacustres para que se dedicasen a la agricultura con el consiguiente pago tributario en pro de los Señoríos, pero topándose con una terca resistencia. Así, según Federico Aguiló, los Aymaras estigmatizaron a los Urus como “quienes no quieren salir de su medio” o los que no aceptaron, sumisamente, adecuarse al control de los conquistadores. En ese sentido, los Urus fueron despreciados y tildados de rebeldes e inadaptados. En el periodo colonial se heredaron estas apreciaciones hacia ellos, no solamente en el marco de la antigua segregación que sufrían, sino, principalmente, debido a una renovada obstinación por no pagar tributo.
A partir de eso, cabe reflexionar en relación a dos aspectos. Primero: Terrible que continuemos cayendo en mitificaciones esencialistas sobre los pueblos precolombinos como si no formaran parte de la humanidad y su naturaleza, al punto de que, incluso, la Constitución boliviana adolezca de tamaña falacia histórica al afirmar que “poblamos esta sagrada Madre Tierra con rostros diferentes y comprendimos desde entonces la pluralidad vigente de todas las cosas y nuestra diversidad como seres y culturas. Así conformamos nuestros pueblos y jamás comprendimos el racismo hasta que lo sufrimos desde los funestos tiempos de la colonia”.
Segundo: Más allá de las armas, la forma de dominación estatal más efectiva son las cargas tributarias. Y qué reconfortante entender que existieron pueblos rebeldes, inadaptados, sólidos en su resistencia y en la defensa de sus libertades. Extraordinaria lección para hoy, cuando la “cultura tributaria” desangra a los ciudadanos que sobreviven con el sudor de su propio trabajo y sin ser favorecidos con dádivas clientelares, afiliaciones partidarias o “influencias” de otra índole. Bueno saberlo, ahora que hasta los músicos se ven obligados a pagar impuestos, mientras algunos sectores, muy vinculados al poder, seguirán campeando en el universo de la informalidad.
La autora es socióloga.
Columnas de ROCÍO ESTREMADOIRO RIOJA