Un sueño reparador, misión imposible
Nuestra ciudad, como otras tantas, es ruidosa de noche. Vivimos cerca de aparatos estruendosos, como máquinas de cortar pasto a la que a un vecino insomne se le ha ocurrido utilizar o el encendido rugiente de los motores de coches o motos. Si se vive cerca de rutas muy concurridas, como telón de fondo se tendrá el tráfico incesante de los vehículos, bocinazos incluidos. Si se está en zonas fiesteras, un ritmo musical traerá el viento de este lado; otro, de este otro lado. Si se habita en determinados barrios, por las noches habrá el desapacible ladrido (y aullidos) de los perros. O los gritos en celo de gatos en determinadas épocas. En fin, ya nos hemos acostumbrado. Eso es lo que creemos, que nos hemos habituado tanto, que ya no percibimos todos esos ruidos. Y, al no creer percibirlos, hacemos como que han desaparecido al conciliar (pese a todo) el sueño.
Sin embargo, los ruidos están ahí, afectando a nuestra salud, principalmente en horas del sueño. Los cochabambinos no somos muy considerados con el descanso nocturno de los vecinos. Las fiestas se prolongan y socialmente es bien tolerado un alto volumen de la música, la vocinglería de borrachos, el encendido de los motores de los autos que son puestos en marcha. En el caso cada vez más frecuente de vivir en departamentos, los vecinos de pisos superiores no dudan en correr el agua de los inodoros a altas horas de la noche, caminar vigorosamente, abrir y cerrar cajones. Todo esto entorpece a la capacidad que tiene nuestro cerebro para regenerarse mediante la creación de nuevas neuronas y podría explicar la cantidad de personas a nuestro alrededor con el mal de Alzheimer.
Sin ser tan extremos y aun conservando la salud de nuestro cerebro, el ruido nocturno nos afecta sin que nos percatemos. El ruido nos lastima y nos perturba gradualmente. Aunque creamos que al dormir nuestro cerebro se “desactiva”, algunas áreas siguen en alerta y captan esos estímulos. Los ruidos son causantes de alta presión arterial, baja respuesta del sistema inmunológico, disminuyen el rendimiento cognitivo, provocan somnolencia diurna excesiva, etc. En fin, si se monetizaran los efectos adversos, sin duda que se tomarían medidas para lograr el silencio nocturno o, al menos, en atenuar los ruidos.
Hay ruidos, obviamente, que no es posible suprimir. Si uno se ha establecido cerca del aeropuerto, hay que sufrir la sensación de que las llantas del avión rozan el techo, y el estruendo del motor. Lo mismo en el caso de avenidas con alto tráfico. Sin embargo, hay un ruido que podría plantearse su supresión y que es insufrible para nuestro cerebro, sobre todo en horas de sueño: es la alarma de los coches.
Las alarmas de los coches, que se activan por cualquier motivo y no precisamente por intento de robo, tienen un nivel de decibeles mucho más allá de lo tolerable por el organismo humano. No suenan un minuto ni dos. Suenan incesantemente, sin que el dueño acuda en ningún momento en “auxilio” de su coche. Es un ruido agudo, taladrante, de muy alta frecuencia en el espectro audible, con el añadido de que puede proceder de varios coches. Uno ha cesado en el ruido y empieza el otro.
Este ruido (de las alarmas vehiculares) ha hecho saltar las alarmas en otros países, que se han planteado o han puesto en marcha la Ley de Ruidos, para normar este tema y muchos más, como los ruidos de la construcción, las sirenas de las ambulancias y otros. Ocupadas como están nuestras autoridades en otras lides, sería ilusorio plantearse que se ocupen de regular la contaminación acústica. Si no lo hacen ni con la contaminación ambiental del aire que respiramos, menos lo van a hacer con relación a nuestros oídos (y cerebro).
Tendrá que verse la posibilidad de gestar movimientos ciudadanos, al modo de “No a la tala de árboles”. Será la propia ciudadanía la que se plantee si, además de la mala calidad del aire, tolera también la mala calidad de descanso nocturno. De día, vaya y pase, que los cochabambinos todo lo soportamos. ¿De noche también ha de seguir así?
Damos la bienvenida a Sonia Castro Escalante, docente e investigadora, cuya columna “En Recuadro” se publicará en este espacio cada dos semanas.
Columnas de SONIA CASTRO ESCALANTE