Para que los lagartos no desaparezcan
La pasada semana, el Gobierno nacional ha dado luz verde a la flexibilización de los criterios que hasta ahora limitaban la otorgación de cupos para que los habitantes “indígena originario campesinos” de las regiones amazónicas de nuestro país se beneficien con la venta de carne y cueros de lagarto.
La medida ha dado lugar a muchas controversias, entre las que destaca la arbitraria manera como esos cupos fueron distribuidos privilegiando a los fieles adherentes de las fuerzas gubernamentales en desmedro de las comunidades nativas de la zona, como parte de la distribución de premios y castigos entre quienes respaldan la construcción de la carretera a través del Tipnis y quienes se le oponen.
Esa controversia tiene como antecedente el ritmo notable al que disminuyó la cantidad de lagartos en Bolivia entre las décadas de 1950 a 1970 a causa del tráfico de cueros, al punto de ponerlos al borde de la extinción. Fue gracias a un intensivo programa de repoblamiento sostenible, implementado entre organizaciones no gubernamentales, comunidades y autoridades locales que hoy, tras cuatro décadas de trabajo, es posible afirmar que este preciado animal ya no figura en la lista de especies en peligro de extinción.
Es importante, por ello, insistir en la necesidad de que el aprovechamiento de la carne y cuero de lagarto sólo es admisible en la medida en que esté estrictamente limitado con criterios de racionalidad y prudencia, pues de otro modo se volverá a poner en peligro el equilibrio medioambiental y la cadena alimenticia de la que los lagartos forman parte.