Evaluar es una forma de enseñar
Esta columna está hablando –¡otra vez!– de evaluación. Espero no incomodar al lector. Pero es necesario insistir en reflexiones que den a la evaluación su verdadero significado. Transformar la educación –usted lo quiere ¿verdad?– es terminar con sistemas educativos que funcionan a base de temor, de miedo. Las calificaciones, exámenes, evaluaciones… son aparatos represivos de una máquina controladora en la que grandes y pequeños poderes producen miedo. Lo veo a lo largo y a lo ancho de América Latina. Por eso, intentar evaluar al funcionario, al director, al maestro… produce resistencia. Porque se ha instalado engañosamente la idea de que la evaluación conlleva castigo, bajo el dedo acusador del funcionario de mayor rango, hasta llegar al aula, donde el estudiante sufre la tortura de las pruebas, las calificaciones, las preguntas… Desafortunadamente, el término “evaluación” ha adquirido esas connotaciones semánticas.
Cuando los planteos curriculares hablan del trabajo en grupo, de las habilidades blandas… nadie se siente amenazado (bueno, excepto los que quieren seguir dictando las notas de su cuaderno de normalista), todos piensan en el proceso de aprender. Pero, cuando se menciona la palabra evaluación… a pocos se les ocurre asociarla a aprender.
Espero no equivocarme si digo que es bastante común asociar la palabra evaluación a examen, pese a que no, no son sinónimos. Enseguida acude a la mente de los padres la libreta de calificaciones. Lo cierto es que allí encontrarán solamente una medida, una nota dentro de una escala. Ahí está la gran confusión: medir no es evaluar. Las medidas son, por propia naturaleza, cuantitativas, se expresan en números. Evaluar no es eso. Evaluar es formular un juicio de valor.
He leído en la página web del Foro de la Educación, el acucioso análisis de Juan Carlos Pimentel sobre el “Reglamento de Evaluación del Desarrollo Curricular”, en el que discute los conceptos de evaluación cualitativa y cuantitativa que utiliza el Ministerio de Educación. A algunos nos parece que no existe “evaluación cuantitativa”, porque los juicios de valor son explicativos, sustancialmente cualitativos. Además de que todas las dimensiones de la educación son cualitativas y todos los factores asociados al resultado educativo son de naturaleza cualitativa. Es imposible que una nota, un número, dé cuenta de ellos. Por lo tanto es extraño, como lo anota Pimentel, que el Reglamento ministerial proponga realizar una “evaluación cuantitativa” para procesos o competencias tan complejas y tan cualitativas como: ==============ser, saber, hacer y decidir. ==============
No estoy postulando eliminar las notas, sino considerarlas solamente como lo que son: indicadores, señales de que algo está pasando en el ambiente de aprendizaje que se crea en y desde el aula. La nota, el porcentaje de aciertos, cualquiera sea la medida, son apenas indicadores cuantitativos de que “algo” está ocurriendo. La evaluación es el juicio de valor que explica lo que el indicador significa: a qué se debió tal o cual nota, buena o no. La evaluación revisa el proceso seguido por el estudiante para llegar a ese punto, aprecia si logró superar su punto de partida o qué tendría que hacer para lograr el resultado óptimo… Eso no dicen los números. Lo dice una apreciación que establece relaciones de factor a resultado. Cuando se califica y no se evalúa, la culpa de una mala nota es siempre del alumno: ¡tiene que estudiar más! Cuando se evalúa, si el estudiante no aprendió, la escuela es la que fracasa. Por su incapacidad para hacer que “nadie quede atrás”. Algo tendrá que cambiar el maestro en esa aula para generar mejores oportunidades de que sus alumnos aprendan.
El autor es doctor en pedagogía
Columnas de JORGE RIVERA PIZARRO