Los invisibles de la sociedad
Todos los días en la avenida Ramón Rivero y Oquendo, por la mañana y a veces por la tarde, un hombre de tez morena, muy delgado, aparentemente, de más de 60 años sostiene en sus manos un limpiador de vidrios y un balde de agua. Ante el recelo de otros limpiaparabrisas, espera que el color del semáforo dé rojo para correr y buscar que algún chofer acepte que él limpie su parabrisas y, por ello, recibir algunas monedas y, tal vez, un “gracias” por el servicio.
Pese al calor, casi siempre utiliza un chaleco de lana azul o rojo, que le hace ver un poquito más robusto de lo que es, cerca está un aguayo que envuelve algo que sólo el hombre sabe qué es y una botella de agua que le sirve para aplacar su sed. ¿Pero qué hace un anciano limpiando parabrisas?, un día me acerco y le hago esa pregunta, me responde que no tiene trabajo, que viene del campo y que tiene dos hijos que mantener.
¿Son pequeños?, es mi siguiente consulta, pero él me dice que no, que están en la universidad estudiando. Entonces, me costó entender esa situación, pero al final dije que no hay nada que entender porque esa acción es parte del amor desinteresado de los padres hacia sus hijos, el sacrificio que hacen para que ellos puedan tener un mejor futuro y, ojalá, después, cuando ya trabajen puedan mantener a este hombre que está ahí pero que para muchos no existe por distintos factores y pasa a ser uno de los invisibles más de la sociedad.
Macroeditora País y Mundo
Columnas de July Rojas Medrano