El eterno retorno del complejo industrial-militar
en enero de 1961 el presidente Dwight D. Eisenhower —quien antes fue comandante de las fuerzas aliadas durante la Segunda Guerra Mundial— luego de gobernar dos períodos (1952-56; 1956-60) le entregó el mando político de los Estados Unidos a su entonces joven (46 años) sucesor, John Fitzgerald Kennedy. El rutinario y tradicional episodio de transmisión del mando adquirió importancia por la advertencia que hizo Eisenhower acerca del Complejo Industrial-Militar (CIM). Al comentar la existencia de una potencial confabulación entre la industria norteamericana y el sector productor de armas, pidió que esa amenaza para la paz se la tenga en todo momento bajo control. Un murmullo de asombro recorrió el mundo. Han pasado muchos años desde entonces. Y por lo visto hasta ahora, la presencia del CIM sigue incólume, tal vez hasta más fuerte.
Cada tanto se prueban flamantes armas. Para ello se hace “uso” de diversas tragedias internacionales, lugares aptos para comprobar la eficiencia de los nuevos artefactos de la muerte. El arsenal nuclear de la época de la Guerra Fría fue de disuasión mutua y evitó la utilización de bombas atómicas, pero en paralelo propulsó un formidable crecimiento de la industria bélica. Y el CIM no pasó a ser exclusivo de EEUU. Se desarrollaron complejos similares en la URSS y disuelta ésta, luego en Rusia. Asimismo, Francia e Inglaterra siguen siendo grandes proveedores de armas; inclusive algunos países emergentes —como Brasil— han desarrollado capacidades industriales y exportables de equipos bélicos. El Complejo Industrial Militar se expandió globalmente.
Las largas guerras de ultramar en las que periódicamente se involucra Estados Unidos desde la Guerra de Corea en 1951 incentivaron la expansión del CIM. El prolongado conflicto de Vietnam —que se inició con el apoyo a los excolonialistas franceses en 1953, luego se amplió con contingentes propios y se prolongó hasta 1975— fue campo de experimento de muchas variantes bélicas y, por supuesto, proporcionó jugosos dividendos a las empresas del ramo. Pasado un tiempo, vinieron otros conflictos que ya llevan su tiempo. Desde el 11 de septiembre de 2001 EEUU se ha involucrado en Afganistán y en Irak, agregando a ello la lucha contra el Estado Islámico (ISIS) y la guerra civil en Siria. Ahora todos nos hemos enterado por los medios que Washington se viene involucrando también en temas africanos desde hace un buen tiempo. En ese —de suyo conflictivo continente— actualmente asesora a varios Gobiernos, con presencia adicional de oficiales y hasta tropas de combate. EEUU está presente —con fuerza militar— en Níger, Liberia y otros lugares próximos. Esa expansión prácticamente universal de las actividades castrenses norteamericanas, sumada a los gastos naturales de mantención de sus fuerzas militares tradicionales, genera un conjunto de gastos billonarios en equipos y armas, proceso que obviamente sigue haciendo más poderoso aún al CIM.
Sí, el general Eisenhower no estaba errado. El incipiente complejo industrial militar que él y sus camaradas —sin mala intención— gestaron con las grandes empresas de la época para así poder ganar más rápidamente la guerra contra el Eje y Japón en 1945, he aquí que siguió luego su propio curso y crece cada vez más. Es un poder dentro del poder.
El autor es excanciller de Bolivia, economista y politólogo
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