Lo que ganó Putin en la elección rusa
MOSCÚ – Durante los primeros años de su presidencia a comienzos de este siglo, Vladimir Putin era una isla prooccidental en un mar de élites rusas antioccidentales. Como observé en aquel momento, su deseo de “anclar firmemente Rusia a Occidente” contrastaba claramente con las nociones de seguridad tradicionales del país. Pero tras la elección presidencial del domingo pasado, en la que Putin consolidó su visión de Rusia como una fortaleza militar, está claro que ahora su isla es el nacionalismo, y que seguirá siéndolo mientras mande en el Kremlin.
El peligro que esto plantea salta a la vista. Tras dieciocho años en el poder, Putin se atreve a más que sus predecesores soviéticos al plantear como si nada la posibilidad de un conflicto nuclear con Occidente. Esta retórica agresiva parece haberle sido útil para la elección, cuyo resultado básicamente le da carta blanca para el cuarto mandato.
Yéndonos de la mesa de votación, mi sobrina Masha, estudiante de primer año de la universidad, comentó: “Putin es el único líder que he conocido”. Sentí un escalofrío. Cuando yo era estudiante de primer año en Moscú, sólo conocía a Leonid Brezhnev, y eso no auguraba nada bueno. Putin, por su parte, ya superó la permanencia en el poder de Brezhnev; ahora sólo le falta superar a Iosif Stalin, que gobernó casi tres décadas.
Putin obtuvo un histórico 76% de los votos; es decir, votaron por él más de 56 millones de rusos (otro récord). Y la presencia de otros candidatos confiere a su victoria una apariencia de legitimidad. Sus “adversarios” incluyeron a Pavel Grudinin (del Partido Comunista), Vladimir Zhirinovsky (del Partido Liberal Demócrata), la celebridad‑periodista Ksenia Sobchak (la Donald Trump de la política rusa) y Grigory Yavlinsky, que viene presentándose a la presidencia desde los tiempos de Mikhail Gorbachev.
El anterior récord de votos de Putin fueron los más o menos 50 millones que obtuvo en 2004. Pero en los últimos años consiguió encolumnar a los rusos detrás de consignas nacionalistas y marginar a sus adversarios. Tras el arrebato de Crimea a Ucrania y su anexión en 2014, los críticos al gobierno comenzaron a ser vistos casi como traidores.
Después, para sostener la atmósfera de crisis (la sensación de que Rusia está siendo atacada en todos los frentes), Putin aprovechó una serie de escándalos internacionales. Destacó la investigación de presuntas interferencias rusas en elecciones occidentales, las sanciones del Comité Olímpico Internacional a atletas rusos por dopaje y, más cerca en el tiempo, la acusación británica de que el Kremlin ordenó un ataque con un agente nervioso contra un ex doble agente ruso en Inglaterra.
Con tanta mala prensa, no es raro que los rusos sientan necesidad de solidaridad. La participación de votantes (casi 70%) estuvo cerca de la meta del Kremlin.
Putin no dejó nada librado al azar. El Kremlin gastó 770 millones de rublos (13,3 millones de dólares) en promover consignas como “Vote por Putin, vote por una Rusia fuerte”. El día de la elección se dispusieron mesas de votación con puestos de comida a mitad de precio. Se viralizaron videos que mostraban a Putin como un musculoso “padre de la nación”. Se presionó a grandes empresas y fábricas para que movilizaran a los votantes. Y en lugares remotos como Daguestán en el sur o Chukotka en el norte, los encargados de las mesas de votación no tuvieron empacho en espiar a los electores para verificar que votaran por Putin.
Pero incluso en lugares donde la votación fue más libre que en Daguestán (por ejemplo Kalmukia, Briansk, Krasnodar, Kursk y otras regiones industriales y agrícolas), Putin consiguió cerca del 80% de los votos. Esta zona denominada “cinturón rojo” siempre había apoyado a comunistas promotores de consignas patrióticas, pero en 2018, el monopolio del patriotismo lo tuvo Putin.
En tanto, el llamado a boicotear la elección del abogado anticorrupción y líder de la oposición Alexei Navalny fue contraproducente. Navalny sostuvo que la gente debía quedarse en casa para privar a Putin de su anhelado 70% de participación. Pero con Navalny impedido de presentarse (por acusaciones de delitos inventados), Putin ganó incluso en bastiones tradicionales de la oposición como Moscú y San Petersburgo.
Y sin embargo, la ausencia de candidatos liberales no explica por qué Putin obtuvo el 70% de los votos en Moscú y el 75% en San Petersburgo (donde la participación de votantes fue 15% menos que la media nacional). Esos resultados sugieren que el electorado se ha vuelto más sumiso. Muchos se convencieron de que es más fácil apoyar el mensaje nacionalista de Putin que ir contra la corriente y correr el riesgo de enfrentar acusaciones de traición y problemas en el trabajo.
La ausencia de voto protesta este año fue un fenómeno nuevo en Rusia. Mi visita a la mesa de votación (como observadora, no participante) me trajo recuerdos de la era soviética. Parecía un estado policial con buenos modales: había unas diez personas votando, y no menos de veinte policías y funcionarios electorales observándolas. La única diferencia entre la Rusia de Putin y la Unión Soviética es que ahora a los votantes se les da al menos la impresión de que tienen una alternativa además del “amado líder”.
Según la organización de defensa de derechos de los votantes Golos (Voz), es posible que este año haya habido menos casos de llenado de urnas con votos falsos o intimidación de los votantes que en elecciones anteriores. Pero eso se debe a que otras técnicas (entre ellas, tácticas tradicionales como la coerción en el trabajo y la propaganda permanente) resultaron muy eficaces. Además de Putin, la única beneficiaria de esta elección fue Sobchak, que usó la campaña para promover su figura. Suele referirse a Putin como “Dyadya Vova” (tío Vova, diminutivo de Vladimir), y se presta de buen grado a ayudar al Kremlin a convertir la política opositora en un entretenimiento frívolo. Llegó a declarar que el proceso de votación fue “más transparente” que en el pasado, como si supiera.
Esta elección permite a Putin formar un nuevo gobierno sin prestar atención a bloques electorales otrora poderosos, como la clase media urbana, que ahora está aislada y dispuesta a seguir la corriente a los votantes de la “Rusia fuerte”. El régimen de Putin está estancado, pero la ausencia de una oposición efectiva indica que puede sobrevivir mucho tiempo.
Lo que es seguro es que Putin no podrá cumplir a la vez sus promesas de poderío militar y un futuro próspero, porque son incompatibles: sostener el militarismo ruso demanda elevar la edad de retiro, aumentar los impuestos y aplicar otras difíciles reformas. Al final, los rusos votaron por menos libertad social y política, y más estancamiento económico. Decidieron retroceder en el tiempo, hacia un futuro que antes temían.
La autora es profesora de Asuntos Internacionales en The New School e investigadora sénior en el World Policy Institute, ambos con sede en Nueva York.