Vialidad y Progreso
Sabemos que los ingresos de los trabajadores independientes o ligados a una relación patronal de dependencia, en las áreas rurales y las urbanas, experimentaron crecimientos exponenciales a partir del año 2006, y siquiera, hasta el año 2015.
Por supuesto, los incrementos fueron muy heterogéneos entre los distintos sectores, como también, los medios y estrategias que los hicieron posibles. Mientras el trabajador a destajo, o jornalero, está sujeto a la lucha en el mercado, munido sólo del “salario mínimo vital” durante sus negociaciones laborales, los formales con seguro social cobraron el doble aguinaldo, más por la voluntad del gobierno que por la suya propia.
Pero... ¿en qué medida la inflación acumulada ha estado afectando al poder adquisitivo real del ingreso familiar? Observando al transporte público, libre o confederado, a través del eje troncal, luchar demandando incrementos a la tarifa fija del transporte, cabe inferir que los incrementos han sido en buena medida nominales, al menos para los trabajadores independientes o pequeños comerciantes, como los chóferes de minibuses, trufis, taxis o micros.
¿Podrían los transportistas granjearse un plus en sus aparentemente magros ingresos, sin recurrir a un incremento de las tarifas fijas (incremento, por cierto, criminal para el pueblo), como tampoco, realizando inversiones monetarias de su propio peculio? ¡Claro que sí! Sólo precisarían mejorar su mutua cooperación y entendimiento, regulando su circulación con estrictas normas para el recojo y descenso de pasajeros, sobre todo, en las áreas de mayor congestionamiento.
¿Quién gana organizando la circulación con un sistema de paradas, siquiera en la zona centro? Primero los chóferes. Actualmente, los chóferes sólo piensan con el píe derecho, listos a pegarle la carrera para “quitar” pasajeros del colega, omitir semáforos rojos, maniobrando audaces como en las películas de acción… No obstante, organizados evitando el caos, ahorrarían combustibles, también el desgaste de la máquina, y sobre todo, con su propia salud, minimizando el stress profesional para su dicha y felicidad.
Y todavía hay más. Al organizar el transporte público, abonaríamos con ricos nutrientes nuestra tan maltrecha y raquítica conciencia nacional. Acaso, la batalla cotidiana que la ciudadanía libra en una suerte de “todos contra todos” por el transporte, ¿no implica un preocupante indicador –científico- de malestar social, de escaso sentimiento de mutua pertenencia a una misma comunidad, nación, etc.?
Incluso los ancianos y las embarazadas con pronunciado vientre reciben fuertes dosis de codazos y empujones en la pugna cotidiana por subir al trufi o agarrar asiento, y peor aún, especialmente por parte de los jóvenes, pretendiendo además, que se le deje en la puerta de su casa u oficina, sin ninguna solidaridad hacia quienes esperaban subir al móvil 20 metros antes. ¿Y qué identidad nacional podría aflorar de todo aquello, sino la del ser “pendejo” aprovechándose de todos?
¿Quién gana organizando la circulación con un sistema de paradas, siquiera en la zona centro? Primero los choferes. Evitando el caos ahorrarían combustibles, también el desgaste de la máquina, y sobre todo, con su propia salud, minimizando el stress profesional. Los pasajeros aprenderían el significado del respeto, adquiriendo conciencia sobre la existencia de sus compatriotas, pues aprenderían a ordenarse haciendo filas. Las nacionalizaciones siempre serán medios quiméricos del progreso, mientras vivamos a empujones como cabras de corral.