La estafa populista
El tiempo, como el mejor juez, se encargó de dilucidar la verdadera esencia de los regímenes populistas que irrumpieron en varios países de América Latina a inicios del presente siglo: Chávez en Venezuela, Lula en Brasil, Kirchner en Argentina, Correa en Ecuador y Evo Morales en Bolivia. Por sus aparentes características fueron calificados como gobiernos del socialismo del siglo XXI.
Casi en todos, coincidentemente, su surgimiento se produjo al influjo de los pésimos resultados de la “larga noche neoliberal”. Había un enorme e incontenible descontento social que puso en vilo la estabilidad de sus procesos democráticos. Los indicadores de la calidad de vida, pobreza y desempleo, de dilatados segmentos poblacionales, habían llegado a niveles insostenibles. Básicamente, como resultado de las reformas neoliberales aplicadas en el marco de las recomendaciones del “consenso de Washington”. Cotidianamente el descontento social, caldo de cultivo de la ingobernabilidad, se manifestaba en las calles con bloqueos, cacerolazos, huelgas y todo tipo de protestas. Se había forjado un enorme rechazo no sólo a las elites políticas, sino a la misma política. El desenlace derivó en acortamientos de mandatos y elecciones anticipadas. De por medio, demandas de nuevos textos constitucionales, como el mejor camino para modificar lo político.
En ese escenario, irrumpen nuevos líderes, en algunos casos políticos outsiders, que con gran habilidad en las urnas logran condensar a su favor ese enorme descontento social. Toman el poder prometiendo grandes cambios, asegurando sobre todo un nuevo ciclo, un nuevo aurora. Todo para el pueblo y con el pueblo: “gobernar obedeciendo al pueblo”. Su retórica proclamaba pagar la deuda histórica, disminuir las brechas sociales, justicia y equidad, con especial atención en los más pobres y excluidos.
Con el viento a su favor y mucha fortuna de por medio, inician sus mandatos en un extraordinario contexto internacional que les cedió la oportunidad de gobernar con exorbitantes y descomunales ingresos, nunca antes visto. Esto, holgadamente, les permitió implementar políticas sociales, bonos y subvenciones, acompañados con ingentes volúmenes de inversión pública. Los resultados, en el corto plazo, son ciertamente sustanciales permitiéndoles reelecciones con masivos apoyos para nuevos mandatos.
Sin embargo, al cabo del tiempo, coincidiendo en algunos casos con el fin de sus segundos o terceros mandatos, se derrumban estrepitosamente. Salen a la luz monstruosos casos de corrupción, desvío de capitales y formidables comisiones en las “inversiones públicas”. La concepción de megaobras, licitaciones, administración, adjudicación de contratos y todo lo que son compras estatales han develado que detrás de estos enormes presupuestos y gastos públicos está presente una voraz elite cleptocrática. Los “nuevos ricos del socialismo del siglo XXI” forjan fortunas beneficiándose con cinismo de los fondos fiscales. Los escandalosos casos colocados a la luz pública con la empresa Oderbrecht serían son sólo la punta del ovillo. Con el disfraz de redentores, líderes honestos y portadores de las reivindicaciones populares se habría escondido una cofradía de pillos y mafiosos políticos, que han dejado pequeño al propio Vito Corleone.
El gigantesco excedente económico y la concentración de poder embriagó e intoxicó a estas elites cleptocráticas, al punto tal que no admiten alejarse del poder. Modificando sus propias constituciones, como es el caso de Ecuador, Venezuela y Bolivia, han pretendido y pretenden perpetuarse en el poder. Al concebirse por encima de la Constitución y de las leyes, se consideran dioses sobre la tierra.
Ahora, conscientes de su ocaso, con la paranoia de perder el poder, se aferran buscando impunidad. Empero, la historia los condenará como los más funestos regímenes que más daño han hecho a la democracia latinoamericana.
El autor es profesor de la carrera de Ciencia Política de la Universidad Mayor de San Simón
Columnas de ROLANDO TELLERÍA A.