Honores dudosos
Hace unos años me enteré de que en una Universidad privada local estaba teniendo lugar un acto muy sui géneris; se estaba concediendo un doctorado honoris causa a la madre del rector de esa (no muy) superior casa de estudios. No conozco los méritos de la dama en cuestión, pero esa suerte de edipismo académico me sonó tremendamente sospechoso. De hecho, y solo para guardar las formas, en realidad aunque esos méritos fueran los más sólidos, chirriaba el que el hijo rector conceda ese reconocimiento a la propia madre. Y obviamente no le hacía un favor ni a ésta ni a la casa de estudios que presidía ya que, convengamos, esta rareza sólo puede llevar a comentarios burlones, tanto en las aulas como en la calle.
Comento esto porque la misma universidad ha concedido otro doctorado honoris causa al vicepresidente Álvaro, protagonista de uno de los escándalos académicos más sonados de los últimos tiempos.
Que una persona tan famosa en ciertos circuitos académicos a nivel mundial –lo es nuestro vicepresidente– haya mentido respecto a su formación académica y se haya hecho pasar por lo que no era, no es poca cosa. En países más estructurados y en en los que eso del ama sua no sea solo de boca para afuera, hubiera causado una crisis política muy grande. Y el aludido no hubiera tenido otra opción que renunciar a la vida pública, aunque sea por una razonable temporada.
Como bien se ha dicho hasta el cansancio, no es el hecho de que Don Álvaro no tenga estudios concluidos y un título universitario. Lo que preocupa y molesta es haya mentido y lo haya hecho para aprovecharse del sistema universitario local.
Lo que pasó en San Andrés en los años en los que él dictó cátedra merece ser revisado con puntillosidad. Y no se necesita perjudicar a quienes fueron sus alumnos, pero ayudaría a entender el vericueto de las irregularidades en las universidades bolivianas.
Álvaro García, que es de lejos la figura más interesante del proceso de cambio, aún más que Evo, (no tiene todavía un biógrafo), es un hombre que se ha movido con solvencia en el mundo de las ideas, más allá de que se pueda o no estar de acuerdo con él, y de no existir el molesto detalle que nos ha ocupado los últimos meses, podría en el futuro ser un candidato serio para un doctorado honoris causa en una universidad de las de primer nivel.
Gracias a que la Universidad que le dio un doctorado honoris causa a la madre de su rector y dueño, el tema de los estudios y la impostura de nuestro vicepresidente ha vuelto a ponerse en las primeras planas. Flaco favor se le ha hecho. La Vicepresidencia ha salido al encuentro de las críticas con la lista de nada menos que 17 títulos que acumula nuestro personaje, (hay que apreciar el detalle que no se colgó las 16 medallas previas, sino se hubiera visto peor que el rector en la ceremonia auriverde que tuvo lugar), pero vale recordar que todos esos honores fueron conferidos antes de que se supiera oficialmente del engaño que envuelve a la vida académica del galardonado.
Hay un detalle que tampoco debe ser pasado por alto. Este tipo de honores hace quedar muy mal a quienes los conceden a los poderosos pues no dejan de tener un retrogusto zalamero, de obsecuencia. Los honoris causa deberían ser dados en contadas ocasiones, escogiendo muy bien, y a personas que hayan aportado de una manera sustancial a un campo del saber. Por lo demás no deja de ser curioso que universidades que no tienen programas de doctorado se sientan en el derecho de conferir ese título.
El conceder este doctorado implica además un profundo desprecio a la academia boliviana. La universidad de marras está dando un mensaje atroz respecto a la importancia de la honestidad intelectual. El sistema de universidades de Bolivia tiene la obligación de pronunciarse.
La preguntas que quedan por hacerse son: ¿Qué hay detrás de ofrecer ese dudoso título a un candidato cuestionado? ¿Y no hubiera sido más inteligente ni ofrecerlo ni aceptarlo?
El autor es operador de turismo.
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