Equilibrio entre trabajo, descanso y ocio
Desde que Dios (Génesis 3:19-21) al expulsarlo del Paraíso le dijo a Adán “te ganarás el pan con el sudor de tu frente hasta que vuelvas a la tierra de la cual fuiste sacado, pues polvo eres y al polvo volverás”, el trabajo pasó a ser una obligación religiosa, venía de un mandato divino. El que no trabajaba era pecador. La drástica sentencia bíblica transformó la mente humana a nivel universal y –ciertamente– a una enorme distancia del pensamiento grecorromano de la antigüedad. Griegos primero y romanos (imitándolos después) consideraban al trabajo como denigrante, era cosa de esclavos. La clase privilegiada de la época se dedicaba a otros menesteres en el marco del llamado ======================“ocio creativo”======================, amplio espacio que les permitía ser artistas, guerreros, escritores, filósofos etc. Dudo que de ser meros trabajadores, Arquímedes hubiera podido descubrir el uso de la palanca ======================(“dadme un punto de apoyo y moveré la tierra”)======================, que Platón hubiera fundado la Academia o Sócrates y Aristóteles hayan desarrollado sus inmortales trabajos junto con Pericles, Tales, Heráclito, Protágoras Diógenes y otros ilustres pensadores. Todos ellos hicieron lo que hicieron sobre la base del tiempo libre que les permitía su ociosidad creativa al no tener que trabajar.
He aquí que sobre la base bíblica citada, el trabajo se transformó en virtud. Era “digno” trabajar y el ocio pasó a ser “indigno”, una especie de vicio indeseable que nadie quería tener. Además, se subestimó casi totalmente la virtud del descanso. Lo del trabajo llegó demasiado lejos por la explotación -de sol a sol- de hombres, mujeres y niños. Había que ponerle coto a ese cruel exceso y renació la idea de que la mayoría de la vida no debería estar dedicada al trabajo. El pensador inglés Robert Owen abogó por la jornada laboral de ocho horas y acuñó su famoso lema: "Ocho horas de trabajo, ocho horas de esparcimiento y ocho horas de descanso". Para Owen, no sólo era necesario descansar; debía haber también un tiempo extra para labores creativas, para que cada cual se dedique a sus propios intereses o simplemente disfrute del ocio. Después de todo, una vida sin nada más que trabajar y dormir se parece bastante a la esclavitud y es verdaderamente indigna. Además, poco de digno puede tener hoy en día un trabajo que impide a los padres estar con sus hijos u observar con tristeza a pobres jubilados buscando labores extras por lo magro de sus pensiones. Son nuevos tipos de esclavitud (implícita o disfrazada) que una sociedad progresista debe evitar o ser capaz de erradicar con prontitud si las tiene.
Nadie niega el valor del trabajo y su dignidad intrínseca, pero durante siglos la interpretación literal del Génesis produjo excesos terribles. El ocio siempre será necesario, ya sea para no hacer nada o para dedicarlo a crear algo propio: escribir, pintar, tejer, construir, etc. Sucesivas conquistas sociales posteriores al sacrificio de los mártires de Chicago impusieron nuevos esquemas. Se gestó un orden más justo e idóneo al reivindicarse la importancia del reposo y del ocio, en paralelo con la jornada diaria de actividades laborales. Finalmente, casi dos mil años después y tras largas luchas, se hizo realidad el equilibrio entre trabajo, descanso y tiempo libre.
El autor es ex Canciller de Bolivia, Economista y politólogo
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