Maduro me tiene podrido
Durante algunos días fui “madurando” el título del presente artículo, el cual es torpe a pesar de haber intentado hacerlo hilarante. Es que a estas alturas, lo que ocurre en Venezuela tiene todos los visos de una tragicomedia cuyo desenlace parece inevitablemente fatal.
El absurdo electoral del domingo 20 de mayo y el cinismo de Maduro de llamarle “victoria popular” y “récord histórico” a lo ocurrido ese día, en lugar de darle oxígeno a su Gobierno le quita cualquier rastro de legitimidad, sumado a ello el cuasi inexistente reconocimiento internacional, pieza clave para su estabilidad. Entre los escasos países que expresaron públicamente su reconocimiento, cuentan Bolivia, Nicaragua, Cuba, El Salvador, Rusia, China, Turquía, Irán y Siria.
De estos nueve países, los primeros cuatro son del barrio, de los cuales Venezuela es importante acreedor. En cambio, Rusia y China son sus principales financiadores hipotecarios, los cuales tienen intereses geopolíticos en Turquía, Irán y Siria, el último de ellos destrozado por una doble guerra intestina (Gobierno–rebeldes–isis) y, en consecuencia, sostienen fuertes disputas con Estados Unidos que, para rematar, está gobernado por el previsible e irascible Donald Trump, cual personaje de Walt Disney, cada dos o tres pasos termina vaciando sus intestinos en algún lugar de este pobrecito mundo.
Ese es el macrocontexto en que se desenvuelve Nicolás Maduro, ellos son sus únicos aliados relevantes en este momento, en consecuencia, su aislamiento global es patente. Que Venezuela tiene el derecho a su autodeterminación y a elegir al Gobierno que le dé la gana, por supuesto que lo tiene, como lo tienen los demás Estados, pero el elemento que legitima a los gobiernos es la posibilidad que tienen sus pueblos de elegirles o revocarles libremente. Esto último es difícil sostener en una Venezuela con cerca de 300 líderes de oposición tras las rejas, y con una población que es reprimida con violencia en las calles cada vez que sale a protestar contra el régimen madurista.
En el entorno regional, política y mercado de por medio, las relaciones del Gobierno de Maduro con el resto de los Estados americanos, más allá de la formalidad diplomática, son prácticamente nulas o inexistentes, está prácticamente encapsulado dentro de la zona en la que en su momento Chávez tuvo gran influencia. Catorce gobiernos del área no le reconocen, y además tiene que soportar las arremetidas del Secretario General de la OEA convocando a los demás países a no reconocerle y reducir sus relaciones al mínimo posible.
Ahí están Nicolás Maduro y los suyos tratando de resistir las tormentas, que no son otra cosa que la cosecha de los vientos sembrados por ellos mismos, con un pueblo que en su mayoría no sólo ya no les cree, sino que se les enfrenta en las calles a diario. La solución tampoco pasa por no reconocerle ni a él ni a su Gobierno. El problema en el fondo, es que quienes se le oponen dentro y fuera de sus fronteras, no tienen nada nuevo que ofrecerle al ciudadano venezolano, un sueño, una utopía.
Para finalizar, corriendo el riesgo de sonar agorero y trágico, inclusive hostil, creo que la insensatez de Maduro de no querer ver el verdadero mensaje del domingo 20 de mayo, y su tozudez por quedarse en el Gobierno en contra de la voluntad de la mayoría de su pueblo, están en mi opinión, entre otros males, conduciendo a Venezuela hacia una inevitable caída dentro del radio de salpicaduras de las incontinencias intestinales de Donald Trump. Por todo eso, Maduro me tiene podrido.
El autor es abogado y docente universitario
Columnas de WILLY WALDO ALVARADO VÁSQUEZ