Sobre el VIH
Hace unos diez días fue posesionado en un alto cargo del Ministerio de Salud una de las personas de más bajo nivel ético que jamás haya sido ministro de esa cartera. Me refiero al despreciable Juan Carlos Calvimontes, que incumpliendo no sólo normas elementales de respeto a la privacidad de los pacientes, sino contraviniendo específicamente la Ley 3729 que garantiza la reserva en el caso de las personas que conviven con el VIH, declaró públicamente que el entonces magistrado Gualberto Cusi tenía esta condición.
Más allá del enorme daño moral hecho a la persona en cuestión y que él, estúpida e irresponsablemente pretendió justificar, diciendo que era para prevenir a las personas que estaban cerca de Cusi del riesgo que estaban corriendo, lo que hizo fue no sólo tirar por la borda un trabajo serio respecto al tratamiento del VIH en Bolivia, sino a uno de los pilares de esta lucha, que es la desestigmatización de las personas que viven con el VIH.
Vayamos por partes. El VIH es una condición de salud y una enfermedad que ha tenido en su inicio, hace casi cuarenta años, un enorme componente de discriminación. El tema no era para menos, porque inicialmente no se sabía cuáles eran sus alcances , y cuáles los vehículos que llevaban al contagio. Ya en la década de los años 90, se supo empero, que las posibilidades de contagio o transmisión eran a través de sangre y semen; vale decir, que la enfermedad podía expandirse sólo a través de relaciones sexuales o de contacto con la sangre de la persona (incluido en el intercambio de agujas entre personas adictas a alguna droga), o en el momento del nacimiento de un bebé, si la madre era seropositiva.
Es por eso que las aseveraciones de Calvimontes, aparte de falsas, fueron en realidad criminales.
El despropósito de volver a tener a Calvimontes en el Ministerio nos hace sospechar mucho respecto a quienes lo han contratado y al poder de presión que eventualmente él pueda tener para hacerse de cargos importantes. Él, además, ha demostrado ser un individuo sin ningún tipo de moral.
Y, por supuesto, su nombramiento, es una terrible ofensa a quienes conviven con el VIH. En esta disyuntiva, con semejante personaje al acecho vale la pena referirnos al VIH especialmente en algunos puntos que son poco conocidos, creo que es importante visibilizar una información que aún los bien intencionados no dominan, y es que las personas que viven con el VIH y que siguen el tratamiento adecuado de retrovirales, que es gratuito en todo el mundo, y por supuesto en Bolivia también, luego de un cierto tiempo (entre unos tres a seis meses), pasan a tener el virus en tan pequeñas cantidades que éste simplemente no puede ser transmitido. En otras palabras, las personas que viven con el VIH y que su carga viral es indetectable, pueden inclusive tener relaciones sexuales sin protección, vale decir, sin preservativo, y no transmiten el virus (esto sin desmerecer el valor del preservativo para otras ITS).
El VIH es un tema de salud que puede ser superado, hay países, los ricos, que a base de gran información, gran profilaxis, incluyendo el Prep (para las personas que tienen relaciones sexuales con márgenes de riesgo) y tratamiento oportuno, están logrando vencer ese terrible mal del siglo XX.
Hay países que se han empobrecido aún más debido a que el VIH se ha convertido en una pandemia. Sucede en África, allí la falta de información y la consiguiente estigmatización es uno de los peores limitantes.
Bolivia sigue siendo uno de los países donde la enfermedad va en crecimiento, pero estamos muy a tiempo de revertir esa situación, siempre y cuando la información, no sólo para la prevención, sino respecto a un tratamiento que garantiza una vida normal y satisfactoria aún en términos sexuales, libere a la gente de prejuicios y estigmas.
Parte de la educación sexual en escuelas y cuarteles sería convencer a los jóvenes de hacerse en forma regular la prueba pertinente, pero eso sólo es posible si ellos entienden que en realidad su vida no cambiará sustancialmente si son seropositivos, si hacen el tratamiento, ni siquiera transmitirán el mal a sus parejas sexuales.
El autor es operador de turismo.
Columnas de AGUSTÍN ECHALAR ASCARRUNZ