¿La hora del populismo en Brasil?
El cuarto de hora de las izquierdas latinoamericanas se está pasando. Después del giro que se dio en Argentina, Chile, Perú, México y varios países centroamericanos y, por cierto, la consolidación en el poder de la derecha en Colombia, es el electorado brasileño el que hace triunfar (un 46%) en la primera vuelta de las elecciones presidenciales a Jair Bolsonaro, un candidato de la extrema derecha, ex militar de 63 años y admirador de Trump. El candidato “de reemplazo” del PT Fernando Haddad, un heredero tardío de Lula, pudo reunir solamente 26% de los votos y sus posibilidades de ganar la segunda vuelta son mínimas.
¿Cómo se puede explicar este vuelco masivo de los electores brasileños? Después de los 12 años (2003-2016) de los gobiernos socialistas de Lula y ya menos socialista de Dilma Rousseff, el primero ahora en la cárcel por corrupción y la segunda destituida por el senado en un juicio dudoso de responsabilidades. La primera razón, seguramente cierta, es la serie de escándalos de corrupción que se han sucedido en Brasil. Chivo expiatorio de los males del país, Dilma Rousseff fue juzgada como principal responsable de la crisis económica y de la inmoralidad política en seguimiento al escándalo Lava Jato que ha expuesto a la luz pública un sistema de corrupción generalizado.
La obstinación de Lula en querer salir de la cárcel por la puerta grande como candidato presidencial dejó al PT poco preparado para buscar otro candidato igualmente popular. Contribuyó a la derrota, el recuerdo de la ineficiente gestión de Dilma, sobre todo para controlar el grave problema de criminalidad, que ha rebasado los límites de paciencia del elector común con 61.619 muertos por bala en el año 2016. Las propuestas radicales de Jair, cuya popularidad personal subió de pronto después de haber sido acuchillado en una reunión electoral, son más atractivas, aunque los métodos expeditivos que propone para la lucha contra la inseguridad –“un buen bandido es un bandido muerto”– nada tienen que ver con un Estado de derecho.
La segunda vuelta electoral programada para el 28 de octubre no se presenta como una alternativa democrática clásica. Los electores brasileños tendrán que escoger entre la continuidad de la democracia, que el país más grande de América Latina practica desde hace más de tres décadas, o un giro hacia el régimen populista que propone Jair Bolsonaro, quien no oculta sus preferencias políticas radicales ni su visión primaria de la sociedad. Este antiguo capitán de infantería, salido de repente del anonimato después de una larga pero insignificante carrera de simple diputado, ha marcado la campaña electoral con sus declaraciones racistas, misóginas y homófobas y ha hecho revivir los recuerdos de un período sombrío para el país, el de una dictadura militar (1964-1985) que parece inspirarle. Así que la perspectiva de una presidencia Bolsonaro sería una revancha amenazante para la joven democracia de Brasil y sobre todo para los años del socialismo corrupto e inepto.
A medida que suman las elecciones nacionales perdidas, la cuenta regresiva de las izquierdas latinoamericanas va hacia atrás. La ola reaccionaria que se expande en estos momentos sobre la democracia más grande de América Latina guarda una similitud inquietante con los éxitos de los candidatos populistas de Europa o de EEUU, además que Bolsonaro ha prometido retirarse del Acuerdo de París y reducir restricciones de deforestación. Es una simplificación, cierto, pero que pone en juego la misma cuestión de fondo que se presenta ahora en la elección brasileña: la sobrevivencia pura y simple de un sistema democrático.
El autor es comunicador social
Columnas de STANISLAW CZAPLICKI