Evo Morales y la corrupción
El significado de la corrupción no se limita, simplemente, a materiales o montos físicamente sustraídos. No se trata sólo del embolsillamiento (o embolsamiento, como en el caso Kirchner), sino de algo mucho más general, presente por doquier aunque no siempre muy visible. Y si ha de considerarse seriamente la corrupción, además, debe atenderse a cosas tan imprecisas como un clima y un talante.
Si bien Bolivia ha sido, ya no se sabe desde cuándo, uno de los países más corruptos del mundo, y si bien toda la vida todos nos habíamos ido enterando, frecuente y constantemente, de unas u otras fechorías, pues ahora mismo la situación está conociendo su mayor clímax y apogeo. Tanto así que ahora, al ciudadano realista, ya sólo le cabe preguntarse: ¿quedará siquiera alguna instancia estatal o paraestatal que no esté fuertemente salpicada por la corrupción? Y parece que no la hubiera. Entel, ABC, los policías, los militares, los jueces, los abogados, los fiscales, los alcaldes… donde se mire. Desde García Meza que no se sentía, en efecto, una semejante ola de corrupción, omnipresente, desbordando por doquier.
Hace ya mucho, pregunté una vez a un importante político (“neoliberal” y militante contra la corrupción), al mando de una gran institución, si había tenido problemas personales con el tema. Me dijo que ninguno, puesto que sabían, dijo, que cualquiera que le haría una propuesta u oferta tramposa corría el peligro de ser enjuiciado y hasta encarcelado. Y me dijo, todavía, algo en lo que me quedé pensando: que cuando la cabeza de un organismo o institución es limpia y favorece la honradez y la transparencia, todo el organismo tiende a limpiarse.
Una de las primeras cosas que hizo Evo Morales, por su parte y como todos saben, ya instalado a la cabeza de este país pobre y desgraciado, fue comprarse, con los fondos públicos, un superavión, el más caro y lujoso ofertado en plaza. El mantenimiento y el costo de operación de ese avión, en el que Evo se pasa cientos de horas inútiles, es simplemente astronómico.
Pero, si se trata de tocar alegremente los fondos públicos, nada retrata mejor, el talante de Morales, que el gran museo que se hizo a sí mismo. Los más de siete millones de dólares que costó no salieron de su bolsillo. Y tampoco es él quien paga el costo mensual que hoy mismo significa mantenerlo. Eso lo pagamos todos.
Otra forma que Evo tiene de disponer, a su antojo, de los fondos y bienes públicos, es empleándolos en coimas. En este sentido, puede decirse de él, sin exagerar, y como en decenas de ocasiones la prensa lo atestigua, que es el primer presidente abiertamente coimeador. Afanoso, lo hemos visto tentando con motores fuera de borda a los indígenas del Tipnis para que no se opongan a sus proyectos cocaleros. Y van caballos pura sangre por aquí, van autazos por allá, y sedes, y hoteles o lo que convenga para sellar pactos, corromper y doblegar voluntades o instituciones. Sin olvidarse de sí mismo: más autos, más helicópteros, nuevos palacetes. Y da la impresión, en el clima así generado, que ahora todos quisieran gozar igual, participar igual, probar igual los deliciosos sabores que ofrecen los bienes y montos públicos. Cosa de conseguir alguna parcela de poder.
Naturalmente paralelo al crecimiento de este estilo de hacer las cosas, el otro legado muy importante de Evo es la destrucción y corrupción total de la justicia.
Con todo ello, y nada más que al leer periódicos se tiene, últimamente, la impresión de que la propia sociedad boliviana estuviera en franco proceso de degradación. ¿Estará aún a tiempo de salvarse?
El autor es escritor
Columnas de JUAN CRISTÓBAL MAC LEAN E.