Demagogia versus democracia
En el país de los políticos que nunca pierden, después de cada elección hay puros “vencedores y vencedores” (nada de vencidos).
Esta curiosa particularidad que ojalá sirviera de aprendizaje se da sobre todo –no exclusivamente– cuando se convoca a elecciones primarias, de la manera más insensata, sin competidores dentro de las siglas participantes. Si no hay competencia, unas primarias no tienen sentido; eso en cualquier parte del mundo… menos en Bolivia.
“¿Quieren corregir la política? Desprécienla. Un buen médico, un buen ingeniero, un buen músico, he aquí algo mucho más importante que un buen presidente de la República”, se puede leer en la novela “Humo”, de Gabriela Alemán, aunque la frase no es de la autora ecuatoriana sino que fue extraída de otro libro –al que ella describe como “tomo grueso”– en el casual repaso de uno de sus personajes por unos estantes.
La comparación me parece encantadora, pero yo diría que, considerando las actuales circunstancias del país, no es conveniente tomarse tan a pecho la recomendación (literaria) de “despreciar” la política. Quienes siguen mis columnas podrían pensar que me contradigo y, sí, quizá traicione mis principios perversos respecto de la “despreciable” política (de entrecasa), pero estamos en un momento en el que la búsqueda de un “buen presidente” podría salvar vidas, hacer mejores cálculos para las casas y optimizar los recursos de modo tal que se reconozca el trabajo de los artistas sin necesidad de que ellos anden mendigando en festivales mal organizados.
Las preguntas en nuestro caso deberían ser: ¿Alguien quiere corregir la política? ¿Le preocupa a la sociedad que sus políticos se burlen de ella antes y después de cualquier acto electoral?; ¿antes, con demagogia convocando, por ejemplo, a primarias inútiles en aras de una supuesta “profundización de la democracia” y, después, con lecturas distorsionadas de los votos emitidos y no emitidos? ¿Quién le pone el cascabel al gato?
Autocríticamente, siempre he sido de los primeros en observar el trabajo de gran parte de los políticos bolivianos (nunca generalizo porque sé que hay buenas excepciones), pero la política no es cuestión –únicamente– de políticos. Si unos políticos hacen lo que quieren con la ciudadanía a la que se deben y nadie alza la voz para denunciarlos, la culpa no es de esos políticos sino de la ciudadanía que se deja.
Por otra parte, siempre es más fácil criticar que ponerse en el lugar de político: los tibios jamás se atreverían a enfangarse los zapatos en el barrizal de la política. ¿Usted quiere corregir la política? ¿Cómo?, ¿despotricando desde la comodidad del sillón de su casa? ¿Por Facebook, por Twitter? ¿Qué más haría usted por lograr un cambio en la política? Mi consejo para usted es: Comience por tomar conciencia y no deje nunca de mirar atrás para saber dónde estamos y qué nos conviene, como país, de aquí en adelante.
Ayer, 3 de febrero, se conmemoró el 224 aniversario del nacimiento de Antonio José de Sucre, héroe de la independencia, creador y presidente de la República de Bolivia, un hombre imprescindible para entender los orígenes de la patria, el visionario que sentó las bases de la institucionalidad del país.
En este siglo XXI en el que la estructura institucional parece tambalear debido a la atrabiliaria manipulación del poder, es menester echar la vista atrás y posarla por un momento en Sucre para tenerlo de ejemplo de político honesto y, también, como ha sido un precursor de la liberación del pensamiento boliviano, para reflexionar acerca del rol que cada uno de nosotros desempeña en el cuidado de ese bien invaluable que nos legaron hombres y mujeres excepcionales como él: la democracia.
Para Aristóteles, la demagogia es una forma “impura” de gobierno como resultado de la degeneración de la democracia.
La clave está en la defensa de la democracia. Si un país ve inconmovible cómo unos cuantos demagogos le imponen su capricho, no sabe defender su democracia. Y, algo más grave: es probable que no hubiera tomado conciencia de lo que eso implica.
El autor es periodista y escritor
Columnas de ÓSCAR DIAZ ARNAU