Los dilemas de la educación en Bolivia
El sistema educativo boliviano provee una educación de muy mala calidad. Como sabemos, este sistema está formado por escuelas públicas y por escuelas privadas, y algunas que mezclan recursos públicos con gestión privada mediante convenio. Los gobiernos ensayan sucesivas reformas pero carecemos de evaluaciones sistemáticas.
La reforma más reciente ha aumentado la intervención estatal con la propuesta de lograr la educación única, aspirando a proporcionar a todos una base igualitaria de la cual partir. La idea sería interesante si esa base uniforme fuera elevada. Todo parece indicar que no es así y que la uniformidad está arrastrando a todas hacia abajo.
En dos artículos anteriores propuse abrir el sistema de manera que las escuelas se diferenciaran y, emulando al mercado, compitieran por ofrecer la mejor educación que demanden los estudiantes y padres de familia. Y propuse que el gasto fiscal se asignara según la demanda de inscripciones de los estudiantes a las escuelas, o mediante “vouchers” que los padres de familia pudieran usar libremente, escogiendo la escuela que mejor satisfaga sus expectativas.
Jorge Rivera leyó y propuso debatir la propuesta, en una iniciativa que me honra. A su rechazo inicial a que se considere la educación como mercancía le siguió la afirmación de que, mercancía o no, lo importante es el aprendizaje. Celebro que coincidamos. Y me alegra también que compartamos la idea de que una manera apropiada para lograr esa meta sería contar con un sistema educativo competitivo y flexible.
Sin embargo, Rivera se desvía hacia el dilema público versus privado, y muestra datos para argumentar que el sistema privado no es más eficiente que el público. Los datos son de Chile, la OECD y Costa Rica, pero anticipa que el estudio de evaluación de la Unesco los verificará también en Bolivia. Lo veremos. Mientras tanto, un test de ciencias que incluimos en la encuesta del Foro Regional de septiembre 2018 encontró que quienes cursaron escuelas privadas tuvieron una calificación significativamente más alta (58,27%) que los ciudadanos que asistieron a escuelas públicas (47,22%), siendo de todos modos muy bajo el nivel promedio, comparado con el resto del mundo.
Mi hipótesis es que el sistema privado es más eficiente no por el hecho de ser privado sino porque está más abierto a la competencia, es más sensible a las demandas de los padres de familia y se adapta mejor a los cambios sociales. Si algo lo frena es la regulación estatal, que trata de imponerles un modelo uniforme. De ahí mi propuesta: reducir la intervención estatal y concentrar la “regulación” en pocos temas, pero sobre todo abrir el sistema a la competencia, especialmente en las escuelas públicas.
En otras palabras, el dilema no está entre la escuela pública y la privada, sino entre la escuela única y la diferenciada, o entre un sistema regulado o uno competitivo.
Como lo argumentaba en los tres artículos que dieron origen a este debate, necesitamos políticas que sean más eficaces y sobre todo que puedan generar resultados desde el primer momento. Nuestro rezago es tan grande que no podemos darnos el lujo de transitar los 60 años que tomó a Finlandia y a Costa Rica, por mencionar dos ejemplos distantes entre sí, alcanzar el sistema educativo que tienen ahora.
¿Qué hacemos aquí en Bolivia para empezar a tener una mejor educación ya desde 2020? Esa fue la preocupación inicial. Sigo pensando que el camino es el de abrir tanto el sistema educativo, que acabe por involucrarnos a todos, comprometidos y compitiendo, con menos regulación y más diferenciación.
El autor es investigador del Ceres
Twitter @roblaser
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