Doble derrota
Explicita e implícitamente, el 23 de marzo pasado la derrota se expresó en las calles, pero, sobre todo, en filas oficialistas. Habían depositado –alguien les vendió humo– el 100% de sus esperanzas en un fallo positivo. En todos sus cálculos, estaba prevista una contundente victoria. Además, con Evo Morales en el centro, como el artífice del logro de una de las reivindicaciones nacionales más importantes y cruciales de nuestra infortunada historia. Incluso, pergeñaron el triunfo como el principal eje de campaña para su tan ansiada y obsesiva reelección; hablamos, entonces, de una doble derrota.
El año pasado, días previos al 23 de marzo, la invocación al civismo y la parafernalia propagandística, con el caudillo en el centro, era en sumo grado intensa. Incluso, organizaron el despliegue de la bandera de la demanda marítima de 60 kilómetros de extensión, con aspiraciones de récord “Guinness”. En helicóptero, en “imágenes históricas”, Evo, acompañó el despliegue. Todo giraba en torno a él. El personaje más importante, además, el único que podría conseguir semejante logro.
De ese modo se había politizado e instrumentalizado la demanda marítima. Alejada, desde el punto de vista de la diplomacia y el derecho internacional, de un racional y profesional proceso. Dada la desinformación respecto del detalle y la estrategia de la demanda, sólo después del fallo los bolivianos nos enteramos de que el punto central de la demanda, radicaba en los “derechos expectaticios”. Se pretendía que las propuestas y negociaciones del pasado entre Bolivia y Chile generen derechos y obligaciones que permitan negociar una salida propia y soberana al océano Pacífico, materializando así una responsabilidad extracontractual.
En el derecho internacional esta estrategia legal e invocación, fue la primera. Es decir, no había ningún antecedente, peor jurisprudencia, que nos permita alentar un posible favorable fallo. Además, y esto se ignoró olímpicamente, un fallo favorable a esta invocación de los “derechos expectaticios” iba a generar un conjunto de conflictos en el escenario internacional entre Estados con diferendos territoriales. En otras palabras, fue, además de “crasa”, jurídicamente hablando, una demanda “torpe” en todo el sentido de la palabra.
Obnubilados por los réditos electorales, en el oficialismo no hubo una lectura adecuada, ni consciencia de lo peligroso que resultaría para Bolivia un fallo negativo. Los responsables, incluso Carlos Mesa, tendrían que ser sometidos a un juicio de responsabilidades por el irreparable daño provocado.
Ahora sólo queda el expediente del diálogo o el uso de la fuerza. Esto último, algo inimaginable, dada la inmensa desproporción bélica y militar que tiene a su favor el vecino país.
En el primer Día del Mar después del fallo adverso del CIJ de La Haya, en filas oficialistas la derrota se reflejaba en rostros y alocuciones. Toda la parafernalia electoralista con el caudillo como principal protagonista del año pasado había desfallecido.
Sin embargo, para disfrazar esta terrible derrota, el masismo acude a los cínicos expedientes de los eufemismos y posverdades. Dicen, por ejemplo, que es un triunfo, pues el fallo “invoca a dialogar”. Reflejando una falsa realidad, exclaman que el fallo habría sido un gran triunfo para Bolivia, pues “toda la comunidad internacional ahora sabe y reconoces que Bolivia nació con salida al océano Pacífico”.
Empero, hoy, lo cierto es que los bolivianos, como nunca, estamos más lejos del mar, pues el único camino que nos queda es el diálogo y la quimera de una buena voluntad del vecino.
Y, lo que es peor, dadas las circunstancias y los exabruptos diplomáticos del régimen masista resulta absolutamente imposible un diálogo serio y franco con Evo Morales como interlocutor. Quien por la doble derrota, en su afán reeleccionista, ahora, sin la bandera del mar, electoralmente debe acudir a otras nimiedades y expedientes superfluos.
Queda de todo este drama la pedagógica lección de que en diplomacia y política exterior es un imperdonable pecado improvisar. La diplomacia y la política exterior tienen y deben estar muy cercanas con la ciencia, pues ahí se construyen y proyectan escenarios en el medio y largo alcance. Lejos, por tanto, de la demagogia electoralista y los simples cálculos políticos.
El autor es profesor de la carrera de Ciencia Política de la Universidad Mayor de San Simón.
El autor es abogado
Columnas de ROLANDO TELLERÍA A.