Del tiempo de los profesores al tiempo de los alumnos
Hasta no hace mucho uno de los grandes problemas de la educación superior era la ausencia de profesores con una formación sólida y actualizada. Incorporar en las planillas institucionales profesionales con un grado de maestría era bastante complicado, no sólo porque subían los costos, sino, porque había muy pocos.
Hoy en día contamos con cantidades apreciables de profesionales con ese grado, más aun, el número de profesionales con estudios doctorales es ya importante.
El gran problema que enfrenta la educación superior hoy en día es más bien la calidad de los alumnos. Esos estudiantes que veían la universidad como el instrumento que les permitía el dominio de una ciencia, y que se esforzaban en la certeza de que el conocimiento era más valioso que el cartón, son hoy en día una especie en extinción. La mayoría de ellos sobrevive los cinco años de universidad tratando de conquistar un diploma académico con el mínimo esfuerzo posible y la mayor nota conquistable.
Es posible que esta deficiencia no sea del todo atribuible a ellos, finalmente el crecimiento exponencial del conocimiento científico y la aceleración de su circulación global los hayan rebasado irremediablemente. También es posible que los métodos de enseñanza no logren engranar las lógicas de los nativos digitales para los que, un dispositivo inteligente como el celular o la tablet supere en mucho el quantum de información que posea un catedrático, sin mencionar la precisión de la información, la pertinencia de los conceptos y la actualidad de las categorías que cada disciplina conlleva, pero aun así, la vocación intelectual parece haber sido sustituida por una inmediatez que nos recuerda un axioma muy propio de estos tiempos: hay que vivir el día.
También es posible que los contenidos que intentamos transmitir a los alumnos no dé cuenta de las percepciones que los agobian, particularmente porque cada día es más difícil asimilar la creciente complejidad de sociedades urbanas en las que los parámetros de comprensión de la realidad se hacen enormemente frágiles, cambiantes y vulnerables. O quizá porque la burocracia de las instituciones encargadas de facilitar una dinámica más fluida en las universidades es tan pesada que ninguna institución superior pueda adaptarse a los tiempos que vive por una mera insuficiencia de orden administrativa, peor cuando esas autoridades hacen parte de estructuras centralizadas a centenas de kilómetros de cada sede.
Lo que sí parece claro es que, ya porque tenemos en frente un alumnado indiferente o ya porque nuestras instituciones no logran dinámicas más ágiles y concepciones más flexibles de lo que supone formar profesionales en el siglo XXI, la estructura de la educación superior en Bolivia no parece reflejar lo que este tiempo demanda, no en vano la educación superior está en crisis a nivel global.
Una reforma de la educación superior debe pensarse en el escenario de la producción de conocimientos, en la invención y en la innovación tecnológica y científica más que las estrategias pedagógicas basadas en la mera acumulación mamográfica de los contenidos. Es una cuestión de orientación formativa basada en el desarrollo veraz de la formación científica.
El autor es docente investigador
Columnas de RENZO ABRUZZESE