Cintas de una guerra estúpida
Hace unas semanas se exhibió un filme de la guerra del Chaco realizado por Luis Bazoberry. Se trata de un documental de la guerra, proyectado por primera vez un año después de la conclusión de las hostilidades, en 1936, en La Paz, cuyo título es La Guerra del Chaco 1932-1935.
El documental muestra la selva árida e inhóspita del Chaco, con sus árboles que parecen ramificaciones de los nervios humanos, las trincheras y los alambres de púas de una guerra conclusa, soldados bien trajeados y escuálidos, casi desnudos por el calor, la fragua del matorral y, particularmente, Fortín Capienda y Villamontes, que son los dos lugares donde los soldados de ambos bandos se ven y reencuentran, esta vez para reconciliarse.
Sonrientes, con los uniformes lustrosos y las condecoraciones por todas partes, los militares de alto rango intercambian abrazos y se estrechan las manos. También se muestran cientos y cientos de soldados rasos, desnudos de cintura a cabeza, famélicos y con los pómulos salidos por la flacura de sus cuerpos. No sonríen, más bien miran como al vacío porque son testigos de un resultado final que no tiene sentido. El espectador tiene que imaginar lo que todos esos guerreros de la patria dicen, porque es una película silente.
La película luego muestra copiosos banquetes en los cuales los altos mandos boliviano y paraguayo se sientan a sus anchas a beber y comer, para sanar unas heridas que estaban marcadas en la piel de otras personas… Mientras tanto, los combatientes que habían estado en las trincheras de la línea de fuego se ven mancillados y escuálidos, con las caras selladas como por un shock. Los camiones pasan y repasan trayendo y llevando los últimos fusiles, los últimos cañones, los últimos hombres de los lugares más remotos.
Es una cinta que nos trae nuevamente la amargura de la guerra y la felicidad por una herida ahora totalmente sana.
Licenciado en ciencias políticas
Columnas de IGNACIO VERA DE RADA