Nuevo regalo de la filarmónica
Esta vez se hizo presente un artista de fama mundial, Rubén Darío Reina, para interpretar junto al director Augusto Guzmán y el cuerpo juvenil selecto, dos hermosas piezas del repertorio mundial. La Sinfonía Nº 4 de Tchaikovsky y el hermoso concierto para violín Nº 77 de Brahms.
La composición de Tchaikovsky, bellísima y descriptiva, intensamente rusa. Gracias a Dios salieron de sus vivencias totalitarias y a qué precio; ahora nos queda la ensoñación de su canto y su alma eslava, Chekov, Borodin, Tchaikovsky, Tolstoi, Dostoievsky, Pasternak.
La pieza de Brahms fue estrenada bajo la dirección del propio compositor en aquellos lejanos tiempos de nuestra Guerra del Pacífico. Imaginemos la diferencia del panorama cultural tan distinto en ese tiempo de comunicaciones a largo plazo. Nuestro pueblo entre penurias, epidemias, hambrunas, sequía; los vecinos anglo-chilenos adueñados de la riqueza de nuestro Desierto de Atacama, suyos el salitre, el nitrato, el cobre. Al pueblo de Bolivia no le era dable gozar de las expresiones espirituales de los genios de ultramar en Europa. Primero había que sobrevivir ante las agresiones malvadas.
En la recepción de la bella composición musical quedé absorto, hipnotizado, escuchando el diálogo insistente y sublimado entre los arpegios bellísimos del violín y las respuestas profundas de la orquesta, al mimo tiempo que sentía las vibraciones propias de la belleza de un violín excepcional en manos de un extraordinario artista, todo el mensaje de eterna hermosura llenó la enorme sala de conciertos. Gran violín, gran director, gran filarmónica.
De repente, en un codo musical, descubrí a mi Ariel, aquel personaje de Próspero que en el drama de Shakespeare, simboliza la bondad y el bien. El violinista invitado se transfiguró y cada intervención suya dominaba la trascendencia de belleza y porfiaba ante una orquesta que hacía lo propio en equipo.
Ahí estaba mi Ariel, el ángel que soporta la penuria humana, subsumido confrontando al terrible Calibán su opuesto, que oculto en mis entrañas, carcome insistentemente los telares sagrados de mi respiración. Ariel, al interior de cada ser humano, sugiere nobleza de actos, gozo de vida, bonhomía, depuración de maldades, fraternidad humana. Encontré a mi Ariel y agradecí a Próspero que lo educó y creó en esa dimensión espiritual y también agradecí al director artista Augusto Guzmán y a toda esa pléyade selecta de juventud artista que al estudiar e interpretar música celestial, sin saberlo, quedan atesorados en nuestra interioridad.
El autor es médico
Columnas de GASTÓN CORNEJO