Bestialidad
Australia, 2009: Más de 750 hogares quedaron destruidos durante el que se conoce como el peor incendio de Australia. 1.300 personas perdieron la vida en él, y varias ciudades fueron arrasadas por las llamas. Durante el suceso, la Policía declaró que algunos de los focos originarios del incendio habían sido provocados intencionadamente.
Asiria 631 a.C.: Cuando Sardanápalo intuye la derrota inminente, decide suicidarse con todas sus mujeres y sus caballos e incendiar su palacio y la ciudad, para evitar que el enemigo se apropie de sus bienes.
Roma 64 d.C.: El emperador Nerón aprovechó el incendio del año 64 d.C. para erigir su gran palacio, la Domus Aurea, mientras acusaba a los cristianos del desastre para alejar de sí las sospechas.
Alemania, 1933: Más allá de si el izquierdista holandés Marinus van der Lubbe fue el autor en solitario o fue manipulado por los nazis para incendiar el Parlamento alemán, el atentado fue el pretexto para suprimir derechos constitucionales, perseguir a miles de opositores e imponer un régimen totalitario por parte de Hitler.
Brasil, Bolivia, 2019: Se desata el peor incendio de la Amazonia y el segundo país asiste al peor ecocidio de su historia, avalado por un decreto supremo que permite el desmonte y la quema controlada. El resultado, un mes después, es la pérdida de dos millones de hectáreas. En Brasil no sólo es descabezada la institución que vela por la protección del bosque amazónico, sino que los indígenas declaran que Bolsonaro no los representa. Bolsonaro declara que son como animales.
Acusaciones van y vienen. La humanidad avanza dando tumbos y enfrenta un dilema existencial absurdo. Seguir consumiendo a lo bestia depredando cuanto tiene a su alcance u optar por otro tipo de consumo. Habitualmente se decanta por la primera opción.
El problema es que la brutalidad está al alcance de la mano. Se la puede encontrar donde sea. Las calles están saturadas de gente bestial que arrolla toda esperanza de verdor. Un vecino, un amigo, la panadera, el taxista, la cajera del supermercado, un pariente postergado, un prestigioso abogado, el hábil jugador de fútbol, un ministro… cualquiera puede alojar en su pecho al veneno más puro. Muchas veces, gente que creemos dadivosa, solidaria y garante de los más altos principios humanos esconde su odio hacia la razón y la inteligencia, y su estupidez más turbulenta sale a flote.
Dirán que la historia se encargará de juzgarles. Mientras tanto pagaremos una factura alta. Muy alta. Impagable, porque siempre habrá alguien dispuesto a levantar la antorcha de la bestialidad.
La autora es magíster en comunicación empresarial y periodista
Columnas de MÓNICA BRIANÇON MESSINGER