La tricolor se destiñe
El rojo simboliza la sangre derramada por compatriotas en batallas, el amarillo la riqueza mineral y el verde la riqueza ambiental. Absolutamente todos los bolivianos sabemos que esa es la representación de los colores de la bandera tricolor adoptada como símbolo patrio del país desde el 31 de octubre de 1851. Es una lección de historia que este año cobró vida.
Los bolivianos parecemos estar acostumbrados a escribir con sangre nuestra historia, a derramar lágrimas en cada lucha y a sufrir por cada pedazo de tierra que tenemos. Este año, a un mes de acabar el 2019, hemos vuelto a vivir todo esto, pero de abajo hacia arriba cronológicamente hablando.
La franja inferior es verde y este año ardió. La Chiquitania, el parque Tunari y el Carrasco son parte de ese verde que identifica a los bolivianos y es hogar de miles de especies de animales, aves, reptiles e insectos, pero con mucho dolor lo vimos consumirse.
Según datos de la Fundación Amigos de la Naturaleza (FAN), el fuego quemó una superficie de 3,9 millones de hectáreas en 15 municipios de Santa Cruz. En Cochabamba, el parque Tunari sufrió incendios casi a diario entre julio y agosto, pero en septiembre dos comunidades ardieron más de tres días consumiendo 500 hectáreas. Situación similar ocurrió días atrás con una superficie similar.
Y no olvidemos el parque Carrasco que también perdió 500 hectáreas en dos días en julio. La tierra lloró, nuestra franja verde se consumía en un fuego provocado por los mismos bolivianos desagradecidos con las bondades de estos bosques. Nuestro verde se volvió negro.
El amarillo es esa riqueza mineral que lleva a los políticos a mirar a Bolivia como un país extractivista desde siempre. Primero, los españoles que se llevaron todo el oro que pudieron. Simón I. Patiño nos enseñó que también había estaño. El gas nos llevó a una guerra y durante 14 años fue el principal sustento del país.
Sin embargo, el Instituto Nacional de Estadística (INE) nos dio malas noticias hace unos días. Nos dijo que el país no había alcanzado más que el 3,38 por ciento de crecimiento económico. No, ni el gas nos va a salvar. Nuestro color amarillo se despinta.
Y el rojo; ese rojo que puede expresar pasión, amor, también es el color de la sangre. La sangre que los bolivianos derramaron para la liberación del país del yugo español, las vidas perdidas en la época de las dictaduras. La sangre derramada en la guerra del agua y el gas, el 11 de enero de 2007 y ahora el 30 de octubre.
Marcelo Terrazas y Mario Salvatierra dejaron el anonimato de la vida común para escribir sus nombres en la historia del país. La sangre de estos dos bolivianos hoy es parte del rojo de nuestra bandera.
La rojo, amarillo y verde hoy es uno de esos símbolos de lucha en los paros de la ciudad. Se ha convertido en un elemento comunicacional, se entiende que quien la porta es parte de la lucha de quienes piden la renuncia del presidente Evo Morales. Los jóvenes, principalmente, decidieron amarrársela en el cuello y la portan con orgullo.
Sin embargo, yo invito a todos los bolivianos a no convertir nuestra tricolor en negro. Que no se derrame más sangre, aprovechemos la productividad para industrializar la agroproducción y dejar de depender del gas y dejemos de quemar nuestros bosques. Una vez que hagamos eso, la tricolor flameará en los más alto.
La autora es periodista de Los Tiempos
Columnas de Lorena Amurrio Montes