Leyenda de Navidad
Cuenta la leyenda que a la medianoche del 24 de diciembre, después de que todos se han abrazado, los animales pueden hablar.
Una vez conversé con el perro salchicha que teníamos en casa, Dinamita se llamaba; me dijo que a pesar de su nombre, tan explosivo, no le gustaban los cohetillos porque, al reventar, el sonido dañaba sus tímpanos. Me pidió que ojalá algún día los humanos entiendan que a perros y gatos estos ruidos no sólo los espantan sino que los aturden y que ojalá dejen de encenderlos.
Luego pude hablar con un gato callejero, era enorme, negro, bello y, por supuesto, salvaje. Como lo es cualquier gato. Fue una conversación interesante. Se preguntaba sobre el amor y el cariño y cuán fácilmente los humanos los pierden. Hizo una sugerencia. Pidió que cada ser humano, a esa hora, o tal vez más temprano, ponga su mano derecha sobre su hombro izquierdo, y lo mismo pero con la otra mano, y se auto abrace. Así sentirá un poco de calor y afecto. Espantando a la soledad y a la tristeza.
En otra ocasión charlé con un taparank’u. Pobre. Estaba muy asustado. Creía que le daría un escobazo hasta matarlo porque supuestamente es un bicho de mal agüero. Intercambiamos criterios y dejamos establecido que es un milagro de la naturaleza, porque es ciego y vuela con el mismo sistema de los murciélagos. Además dio un regalo para todos: Compasión sin mirar a quién. Regalarla ese día, primero a uno mismo mediante respiraciones profundas, calmando la mente que siempre anda agitada. Después atendiendo a los desamparados. Tal vez preparando un té caliente, e invitando a beberlo, junto con un sabroso panetón.
Durante otro paso del 24 al 25 de diciembre fue el turno de mi hammster, Bubi. Era pequeño. Cabía en la palma de mi mano. Pero su sabiduría sobrepasaba su tamaño. Habló de los enfermos, de los privados de libertad, inclusive de lo mal que anda el planeta. Manifestó su descontento. Estaba impresionado con un sistema de salud lleno de hospitales, pero no de médicos. Cárceles llenas de detenidos sin sentencia y un planeta deforestado. A pesar de su cerebro de ratón, solicitó cosas sencillas: que los hospitales bolivianos tengan buenos profesionales, los juzgados jueces incorruptibles y que se siembren más árboles.
Esta leyenda ha sido pocas veces contada. Hoy la conoce usted, paciente lector que me acompaña los martes ¿Qué le parece si esta noche hace una pausa y se detiene a escuchar a quienes no tienen voz? Es probable que pueda escucharlos. Y es factible que le digan “Feliz Navidad humano, yo también te quiero”.
La autora es magíster en comunicación empresarial y periodista.
TW: @MonicaBriancon
Columnas de MÓNICA BRIANÇON MESSINGER