¿Construir democracia es un proceso?
Sí. La construcción de democracia es el proceso social más complejo que existe. Sigue siendo un cometido humano inacabado, no por el tiempo transcurrido desde sus orígenes, sino por las distorsiones y zarpazos que ha recibido de sus creadores.
Demanda tareas compartidas y, por lo general, por la diversidad de los actores que intervienen, siempre enfrenta a las personas, respondiendo al orden de un universo de factores –la mayoría, hasta ahora, marcados por intereses individuales antes que colectivos– que han reflejado sólo perspectivas de la vida y del mundo de una minoría.
En ese sentido, en adelante, al referirnos a la democracia debemos hacerlo con mente abierta, autocrítica, y espíritu creativo y constructivo. Debemos evitar un mayor desgaste de este propósito humano, situación que atenta contra su existencia. Necesitamos repensarla, colectivamente, y replantearla. Es imprescindible que el pueblo participe y hay que crear las formas.
Su carácter de proceso, cuestiona la validez de algunos supuestos que suenan mucho como categóricos en este tiempo, en el marco de los cambios políticos en nuestra Latinoamérica y en el mundo. Decir “recuperamos la democracia”, “estamos regresando a la dictadura” o que hay peligro de ser tiranizados, si es elegido determinado candidato o cierta candidata, es un error. No podemos seguir generando falsas expectativas o ensalzando conceptos que aún sólo son buenas intenciones.
Existe un innecesario e inmerecido manoseo del término democracia, sobre todo por actores clave de la vida política mediática y económica y, en esa medida, su desgaste sigue extendiéndose –peligrosamente– porque no genera soluciones a los problemas de la población. Esta sobreexposición, está acentuando su agonía y alentando a nuestros pueblos a respaldar formas retorcidas de gobierno que jamás contribuirán a una cultura de paz e igualdad de oportunidades.
Recordemos que la idea de democracia, en el común de las personas, fundamentalmente por patrones educativos, es asociada con soluciones, servicios eficaces y eficientes, probidad y decencia de nuestras autoridades, respeto a las reglas de juego y sobre todo derechos y libertades.
En este horizonte, en la mayoría de nuestros países, la democracia está cada vez más vaciada de contenidos y fines y aun no lo comprendemos. La realidad se impone y de formas perversas. Seguimos, al hablar de ella, exhibiendo una falsa moral que se traduce en la persistencia de discursos huecos que –paradójicamente– tienen más eco en aquellos sectores sociales que menos beneficios han recibido históricamente y más víctimas han sido de los gobernantes que eligieron.
¿Asumimos entonces como regla, que cada país tiene la democracia y los gobernantes que se merece? ¿Qué ha cambiado, en sustancia en nuestros países, en este tiempo, si las motivaciones y gran parte de las acciones de quienes hoy nos gobiernan son las mismas, son las de siempre? ¿Qué hacer para aportar a la construcción de genuina democracia? ¿Hemos perdido acaso a su creador, al ser humano?
Que algunas ficciones, como los crecimientos económicos en países cuyos gobernantes y ex gobernantes los exaltan como algunos de sus máximos logros y los muestran como expresión irrefutable de democracia, no nos alejen del rumbo que necesitamos seguir. Democracia es esencialmente institucionalidad pública suficiente, eficiente, autónoma de los apetitos políticos y sin cuestionamientos –además– que impida acentuar la marginación y exclusión.
Si nuestros políticos y gobernantes no han comprendido la importancia de una vida en democracia, este es buen tiempo para invitarlos al retiro por medio de las urnas. La democracia como forma de convivencia social, mediante el mecanismo de participación directa que les confiere legitimidad a nuestros representantes, urge renovarla y ponerla al servicio y beneficio de todos y todas.
El autor es abogado
Columnas de EDDIE CÓNDOR CHUQUIRUNA