El Cristo y su calvario
Siempre recordé tres cosas del Cristo de la Concordia: es la segunda estatua de Jesús más grande del mundo; es, por excelencia, el ícono representativo de la ciudad, y extranjero que llega se desespera por tomarse una foto con él.
Y es que ha sido por años el protagonista en la mayoría de la publicidad e imagen turística de la ciudad. Sin embargo, resulta muy curioso que el corazón de Bolivia, cuna de motines y revoluciones, haya descuidado por más de 20 años semejante emblema y atractivo.
Sin necesidad de moverse, nuestro Cristo ha pasado tremendo calvario y ha sido testigo de todo. En octubre del año pasado, como consecuencia de los enfrentamientos tras el fraude electoral, ardió la serranía sobre la que descansa. Sin ir lejos, en sus narices, muchas parejas, seguramente en el afán de afianzar su “amor” y mantener viva la chispa de la pasión, han dejado claras evidencias de sus encuentros furtivos. Qué decir de las bolsas plásticas de colores y de basura que han sido parte de su decorado. Además, el pobre, impotente, sin poder intervenir, ha presenciado violentos robos y actos delictivos.
Por si fuera poco, hubo un tiempo en el que cambiaba de color, cual si fuese una discoteca (gracias al Señor, esa época no coincidió con el boom de las redes sociales y el auge de los memes).
La inauguración de sus mejoras es, sin duda, un gran avance y buena noticia a nivel nacional. Sin embargo, era de esperarse que salgan a flote todo tipo de críticas y observaciones: desde que ha sido sólo un “maquillaje” hasta que no tuvo una radiografía adecuada para su reparación.
Estamos recuperando un atractivo esencial de Cochabamba. La responsabilidad de ello no recae solamente en las autoridades; los ciudadanos tenemos un rol imprescindible para cuidar y amar lo que es nuestro. Aún falta mucho por hacer para recobrar otros espacios y emblemas naturales del departamento… Continuemos por devolver a Cochabamba el título de Ciudad Jardín.
La autora es periodista de Los Tiempos