Cultura del reconocimiento
La mayoría de pueblos en el mundo sientan sus bases culturales de Estado en normas escritas y consuetudinarias (costumbres) de represión, castigo, persecución, miedo y, entre otros aspectos característicos, la egolatría y el culto a la personalidad. El reconocimiento al que lucha por el bien común, al ejemplar ciudadano o mejor vecina, como aliciente o premio, aún no existe.
Latinoamérica, en todos sus países, hereda esos patrones culturales y los acentúa al multiplicarlos. Por eso, cuando sus individuos tienen la oportunidad de ejercer alguna cuota de poder, en diversos planos organizativos públicos privados u otros de hoy, están exhibiendo las peores aberraciones que los humanos han recreado en los últimos siglos.
Es sintomático el sentido de pertenencia de lo público, por ejemplo, con el que actúan el 99% de quienes prestan servicios desde el Estado; porque se comportan como dueños de las instituciones donde lograron un espacio laboral. Olvidan, casi instantáneamente al iniciar labores, que hacen a instituciones de todos y todas y que su razón de existir es la prestación de servicios a la población. Por eso la percepción ciudadana de los servicios públicos y, últimamente, también privados es de insatisfacción y hasta rechazo. Acudir al Estado y buena parte de proveedores privados, en busca de un servicio, cada vez es más visto como un problema, una tragedia.
Este sombrío horizonte, que nos aleja cada vez más a “gobernantes” de “gobernados”, no obstante, lo podemos transformar radicalmente, si cambiamos el chip del distorsionado sentido de pertenencia de nuestras instituciones y el alejamiento ostracismo y hasta abuso de poder de sus autoridades servidores y prestadores, por expresiones -vivenciales- que reflejen una cultura del reconocimiento.
Una cultura del reconocimiento que exalte y premie a quiénes practican, pero sobre todo promuevan y enseñan, valores sociales culturales cívicos y de otra índole; que coloquen a mujeres y hombres, de modo individual pero también colectiva, como centro de la acción social y del Estado.
Necesitamos desarrollar una cultura del reconocimiento sobre valores como identidad nacional, interculturalidad, tradición, educación, afectividad, religión, empatía, patriotismo, paz, arte, memoria, progreso, realización personal, compañía, justicia, verdad, resiliencia, libertad, igualdad y otros tópicos.
Poner en vitrina aquellas “buenas prácticas” y sus gestores en el Estado y fuera de él, que se resisten a seguir perdiendo el mundo, es necesario y también prioritario. Urge desarrollar acciones que ayuden a influir -positivamente- en la visión que existe de los humanos por los mismos humanos y sus instituciones.
Es dejar en un segundo tercer cuarto, hasta colocarlo en un último plano, la cultura del procesamiento, la persecución y el castigo. No es facilitar o promover el facilismo, la improvisación, la no meritocracia y el abuso. Es cambiar de enfoque y dar mayor importancia a las cosas que -en su forma y fondo- están bien y ponerlas en exhibición. Es no centrarse en lo negativo, es ir a lo esencial, es reconocer premiando y también enseñar que desde el ángulo del fomento de una cultura del reconocimiento el mundo puede ser recuperado con valores y principios basados en hechos verificables.
El fomento del reconocimiento constituye una de las bases de la cultura de paz. Mejorar el mundo en el que vivimos está urgido de humanos con estos enfoques. Abramos la mente a la razón, también, para que no todo esté perdido.
El autor es Abogado.
Columnas de EDDIE CÓNDOR CHUQUIRUNA