Geografía del encierro
Estar a solas con uno mismo. En la red se multiplican consejos para sobrellevar el encierro, juegos, visitas virtuales a museos y por supuesto noticias actualizando el estado de la pandemia mundial.
Jamás había imaginado una cotidianidad como la de ahora. Y es que ahora es la confirmación de que el arte se adelanta a la vida misma, es como una forma de premonición que confirma que la espada de Damocles siempre ha pendido sobre nuestras cabezas, ya lo hemos confirmado de miles de formas y también en películas sobre terribles plagas que caen sobre la humanidad, historias con un previsible final feliz, donde el happy ending significaba volver a una vida con sus rutinas relativamente previsibles.
Quién diría que ahí anidaba la tranquilidad –decir felicidad sería muy ambicioso– de una existencia sin novedades, bien, ahora constatamos que nuestra vinculación va más allá del Internet, somos vulnerables y luchamos para no entrar en una psicosis colectiva y eso, extrañamente nos hermana.
Las restricciones a la vida social, el quedarse en casa para prevenir una expansión mayor nos plantean un nuevo escenario. El relativo confinamiento al que estamos obligados hace pulseta con nuestra mente, se suceden por supuesto episodios de hipocondría y se activan trastornos de limpieza extrema.
No hay porqué sentirse mal, dicen, hay que tratar de mantenerse ocupado y pensar que el distanciamiento social –como si no estuviéramos lo suficientemente enfrascados en eso de mirarnos el ombligo rutinariamente– es lo mejor.
Sin embargo y pese a las malas noticias, en Italia, los vecinos desde sus balcones organizan veladas musicales, la imagen es alentadora pero no deja de ser escalofriante. Y es que no es fácil asumir que el coronavirus genera más preguntas que respuestas, la comunidad científica trabaja a contrarreloj para poder generar una vacuna o mayor información. Por tanto, el escenario de la incertidumbre es el peor virus en este momento.
No puedo evitar pensar en los tiempos de juventud y toda su vasta ritualidad social, una que ahora siempre está bajo acecho. Pienso indefectiblemente en los adolescentes y niños de esta nueva generación, una que vive en el pandemónium del futuro no como promesa, sino como una apocalíptica resolución de todas las cosas que hemos hecho mal.
No debe ser nada fácil pensarse como un grupo al que se le han negado esas cosas que a nosotros nos hacían felices, las cosas que ya no están o que perviven bajo la amenaza de perderse para siempre.
Desde la ventana puedo observar la belleza inconmensurable de las montañas, cosa que no es habitual en un día “normal”. Algunos vecinos, al igual que yo, están en las ventanas mirando la calle, pasan algunos transeúntes apurados, con barbijos. La ciudad agradece esta tregua, el aire está más limpio, claro. Y, como es previsible, la paradoja del miedo le sirve al planeta para hallar equilibrio. En otras geografías como la de Venecia los canales se limpian y el agua tiene un inédito color azul.
Ahora, en esta geografía de encierro, esperamos que este momento pase, lo que ignoramos es qué viene después, qué otro escenario de desastre nos queda por enfrentar y qué nuevas soledades nos están esperando.
La autora es escritora
Columnas de CECILIA ROMERO