Las dimensiones sociales de estos tiempos de coronavirus
Estamos en un tiempo que despierta miedos, ansiedades y, por lo tanto, necesidad de respuestas. Cada uno, desde sus vivencias, intereses o preocupaciones intenta comprender y hacer frente a estas épocas inciertas. Aparecen los críticos a todo lo que se hace, aquellos que recomiendan –ni que expertos– medidas que se deberían asumir, los incrédulos, los avaladores de las teorías de conspiración.
El imperio nuevamente ataca, solo que, inexplicablemente, de manera masiva hacia sus propias huestes. Hay los fanáticos positivistas difundiendo reiterativamente todo tipo de dato empírico al que pueden acceder algunas veces –fake– y hasta, a lo Camus en su libro La Peste, aquellos que buscan elaborar la frase más perfecta de todos los tiempos. Y los mejores: aquellos imprescindibles que se ríen, haciendo circular memes de todo tipo, enseñándonos a reírnos de nosotros mismos (y de nuestras flaquezas) en el proceso…
Más que reflexionar sobre los “instintos positivos” que han ido surgiendo entre la gente, sobre las emergentes iniciativas de solidaridad colectiva o las reflexiones (y creaciones) individuales que nos obligan a repensarnos como personas pero también como sociedad, aquí quiero centrar la mirada en otra dimensión de lo social presente en aquellas actitudes –que en época de crisis se fortalecen y se empiezan a asumir como correctas– que promulgan como principal solución a la crisis, la instauración de sociedades basadas en el control autoritario, punitivo, tanto vertical como horizontal de los ciudadanos.
Justo antes de empezar la cuarentena, en una conversación informal sobre el tema, surgió la opinión de tomar como ejemplo la dictadura de China –y la sumisión de los habitantes a sus autoridades– para controlar este tipo de peste. No faltaron las voces de apoyo a un control autoritario a los ciudadanos –no solo desde el Estado sino desde sus mismos pares– para poder evitar la propagación del mal. Esta tendencia ha ido creciendo en las opiniones nacionales y, como plantea H.C.F. Mansilla en una entrevista reciente, probablemente deje una huella difícilmente borrable en el futuro de una sociedad, ya en sí vertical y autoritaria.
La pregunta está sobre el tapete: ¿Para controlar este tipo de acontecimientos se debe acrecentar el respeto a la autoridad y el control punitivo de la sociedad? ¿No se puede aún soñar en ciudadanos reflexivos, propositivos capaces de pensar en alternativas de salida colectivas a la crisis, sin necesidad de control y punición? Obviamente la segunda opción parece utópica, pero se debe recordar que en nuestro país la autoridad generalmente está asociada al corporativismo y a la idea de posesión de una sola verdad: la de la persona, grupo o sector que intenta imponerse.
Un pantallazo de las noticias cotidianas y de las interacciones en redes da cuenta de esta tendencia, no solo a nivel familiar (autoritarismos reflejados en crecientes índices de violencia intrafamiliar) sino sobre todo social: vigilias y marchas que rompen cuarentenas buscando imponer –chantajeando– sus reclamos, loteadores que aprovechan para imponer sus intereses sobre los otros, vecinos que prohíben entrada a sus barrios a los otrora héroes migrantes que mandaban remesas, universitarios que imponen suspensión de clases (y control de aquellos que osen romper la imposición), funcionarios públicos que aprovechan las circunstancias para demostrar mayor poder, ciudadanos que buscan resquicios para romper con este poder en pos de intereses personales.
La tendencia es la misma: la autoridad de imponer a la fuerza sobre los otros los propios intereses considerados como verdaderos y la incapacidad de pensar en el país y la sociedad como un todo colectivo en el que hay que conceder y negociar en conjunto, sobre la base de un contrato social, informado y transparente.
La autora es responsable del área de Estudios del Desarrollo del CESU-UMSS
Columnas de ALEJANDRA RAMÍREZ S.