¿Ciudadanos desechables?
Estamos atravesando situaciones muy delicadas y graves en todos los sentidos, la alteración de los sistemas de vida a los que estábamos acostumbrados conlleva además una alteración de tipo personal, que todavía no podemos vislumbrar y que seguro se va a exteriorizar cuando paulatinamente se vayan regularizando las actividades.
Es evidente que las obligatorias restricciones están siendo cumplidas por un porcentaje muy alto de la población y que existen bolsones de ignorancia y especialmente de indisciplina que ponen en riesgo vidas propias y ajenas.
Se trata de personas tan indisciplinadas que, obviamente, no les afectan los controles de la autoridad porque están acostumbradas a ignorarlos y, de manera prepotente, imponen sus pretensiones.
Esta gente no acepta cuarentena rígida, moderada o condicionada, no les importa y no les interesa y no respetan ni van a respetar ninguna restricción, son una veta de infección previsible y lamentable.
En esta vorágine de rumores, opiniones, análisis y otros surge una lógica preocupación de personas que se encuentran sobre los 65 años de edad, para quienes las restricciones, junto con las aplicadas a menores de 18 años, se hacen mucho más duras e inflexibles, lo que ha generado reacciones de rechazo o por lo menos de crítica, con el argumento de que exiusten mayores de 65 años que siguen produciendo, generando trabajo, conocimiento y experiencia y que no se les debería restringir la posibilidad de hacerlo, una vez la cuarentena se vaya ralentizando dentro de los parámetros del último decreto.
Es imprescindible establecer algunas situaciones puntuales del porqué de esas limitaciones específicas para los mayores de 65 años. Empecemos por el hecho de que esas personas mayores están entre los grupos de mayor riesgo, no solo de contraer el coronavirus, sino de necesitar mayor auxilio médico y, además, son más vulnerables a su mortalidad. Las restricciones impuestas por el Gobierno procuran reducir esos riesgos.
El Gobierno debe adoptar medidas públicas de carácter general y, es obvio, que, dentro del grupo de personas mayores de 65 años, no puede normar medidas para unos de ese grupo y otros no, las políticas son públicas y generales y engloban, en este punto en particular, a todas las personas mayores de 65 años, las que trabajan, producen y también las que ya no pues son jubilados o retirados.
Las personas mayores de 65 años ya han tenido sus propias guerras durante su vida, para citar algunas, la revolución nacional de 1952, los procesos inflacionarios de 1956 y de 1985 y sus graves secuelas, no sé cuántos gobiernos de dictadura militar y sus efectos represivos, y un “proceso de cambio” nefasto y depredador al que, felizmente no le toco asumir este grave problema del coronavirus pues es mejor no imaginarse lo mal que lo hubieran encarado.
Quienes deben asumir la verdadera guerra que emerge de esta pandemia son los que tienen entre 19 y 60 años y la están enfrentando como corresponde. No es aceptable la definición que muchos de los mayores de 65 años piensan que son ciudadanos desechables, no, por el contrario, constituyen la experiencia, el conocimiento y el claro saber que dan los años, para que las generaciones menores puedan salir airosas, como seguro lo harán, de esta lucha contra el nuevo coronavirus.
El autor es abogado
Columnas de FERNANDO RODRIGUEZ MENDOZA