Educación en la gran pandemia
No es por romanticismo, pero el piel a piel de ayer, en algunas relaciones más que en otras, no podrá ser sustituido. Como profesor universitario, vivo frustrado por ya casi tres meses en los que no pude transmitir conocimientos a mi alumnado de manera conveniente, y siento que éste también vive insatisfecho así como vamos.
La pandemia es una anomalía y es una obviedad que, estando así, todas las relaciones sociales no sean óptimas. Aun así, escribo este artículo dirigido a aquéllos apuestan por la educación virtual, creyendo que será la respuesta incluso cuando el mundo haya superado la calamidad.
Hay muchas cosas que deben decirse respecto a ella. Una de las primeras es la situación de Latinoamérica con relación al Internet. Sin Internet, no hay educación virtual posible, y la triste realidad es que gran parte de los vastos territorios de nuestro subcontinente carece todavía de este servicio. El asunto es simple y de lógica: si la educación escolar y universitaria son un derecho, por consecuencia deben ser gratuitas; y así, el acceso a Internet debería estar asegurado, y no solo eso, sino que además debería ser gratuito. Si esto no ocurre (en el caso de que apuntemos a una educación virtual a largo plazo), el derecho a la educación estaría siendo vulnerado o desconocido (ya lo fue, de hecho, pero nadie dijo mucho porque, como es natural, la salud está por sobre todas las cosas).
Otro problema es la falta de preparación de nosotros, los docentes, para dar clases a través de una pantalla. De un día para el otro, pasamos de las aulas reales al Zoom u otras plataformas que no son aulas virtuales propiamente dichas. Imagino un profesor de 75 años, con un valioso y notable conocimiento en su campo académico, pero ignorante en el uso de los recursos tecnológicos, y me pregunto: ¿habrá podido vincularse, no digamos de manera adecuada sino de alguna forma al menos, con su estudiantado? Difícil. Quizá luego, con un curso de preparación promovido por su institución académica o el ministerio de Educación, pero estos planes sistemáticos de especialización nunca han sido, a decir verdad, propios de esta región del mundo.
El siguiente problema, en el que más pensé todos estos días, es el más importante y creo que es tristemente insalvable en toda latitud: la insuficiencia y las limitaciones del mundo virtual. Hay ciertos vínculos sociales que pueden ser sustituidos por el Internet, sin que esa sustitución menoscabe en nada el resultado del otrora contacto social. Una transferencia bancaria, un reclamo burocrático o el envío de una carta son tres ejemplos, pues las personas ya no tienen que apersonarse en el banco, ni en la oficina administrativa, ni en el correo, para realizar lo que deben; acudiendo al Internet, obtienen el mismo resultado esperado, o uno muy parecido. Esto no sucede con la educación.
Me pongo a pensar en un estudiante de medicina, que tiene que practicar disecciones en cuerpos de carne y hueso; pienso en un estudiante de física, química o biología, que requiere de un laboratorio para realizar experimentos o pruebas empíricas; pienso en un alumno de derecho, que debe llevar a cabo, con sus profesores al lado suyo, simulacros de audiencias y litigios orales; pienso en estudiantes de ingeniería, que tienen que aprender difíciles ecuaciones, con tiza y pizarra; pienso en un estudiante de matemática pura, que tiene que aprender geometría analítica, viendo a su profesor frente a él. Si esta situación continuara así, ¿qué tipo de profesionales serían (y se sentirán) ellos al término de sus carreras? Pero también pienso en el martirio que tienen que pasar los profesores que enseñan todas esas carreras… La educación virtual, además, no lidia con la posibilidad de trampas en los exámenes ni con que los estudiantes se duerman en las clases.
¿Alguna plataforma virtual, con tecnología de punta, diseñada especialmente para la educación, podrá suplir la presencia?
El autor es profesor universitario
Columnas de IGNACIO VERA DE RADA