Los sentidos de democracia
Las imágenes latentes son las registradas, pero –todavía– no reveladas. Los campos de estructuración del poder, la política, las identidades, las crisis y todo objeto cognitivo en filosofía y en ciencias sociales tienen su potencia y productividad analítica en ese instante insólito que media entre la captura de una imagen latente del mundo y su revelación ante los ojos de la sociedad como momento de conocimiento.
Esta columna está dedicada a escudriñar esos instantes insólitos, suspendidos, latentes. La primera apertura del diafragma fotográfico de esta columna está dedicada a los sentidos de democracia en juego a nivel global que emergen de la crisis mundial.
La vida no será la misma que en la condición anterior a la crisis de la Covid-19 –lo sabemos– pero ella ya marca tendencias en la estructura de las formas de gobierno. La pregunta recurrente en filosofía política y en ciencias sociales sobre cuál es la mejor forma de gobierno pasa a ser más concreta y, a la vez, más compleja en varias formaciones sociales ¿Cuál la mejor forma democrática de gobierno? Tres sentidos disputan esta nueva mutación de la democracia: una forma híbrida entre democracia real y autoritarismo, la democracia tutelada y la radicalización de la democracia.
La forma híbrida, que combina democracia formal con alto componente autoritario, deviene del paso de la juridización de la política hacia la juridización de los derechos como estrategia de endurecimiento del ordenamiento normativo, para fortalecer/ampliar el monopolio de la fuerza legítima (Estado), a través de la violencia coercitiva de la ley, incorporando el miedo como dispositivo simbólico para limitar el ejercicio de derechos ciudadanos y de derechos humanos en general (especialmente sociales y colectivos).
La democracia tutelada tuvo ya un recorrido en el mundo, anclada en límites impuestos por potencias extranjeras a la soberanía de los pueblos y los Estados inscritos en sus áreas de influencia geopolítica. Su mutación actual radica en la agudización de la tendencia a la pérdida de soberanía en favor de las transnacionales y en la combinación perversa entre el “rescate” de los Estados de bienestar y la democracia representativa restringida o tutelada por oligarquías tradicionales, mediante pactos gubernativos entre fuerzas políticas construidas por élites políticas.
La radicalización de la democracia tiene sus bases previas en los intentos de responder a la debacle del sistema representativo tradicional, con la aparición de formas de mediación distintas a las de los partidos políticos –aunque no la niegan como una más entre otras– como los movimientos nacional-populares, la modalidad de los instrumentos políticos, las expresiones comunales y colectivas, que traducen las perspectivas de la interculturalidad, la paridad y la combinación de criterios participativos, comunitarios y deliberativos que ponen más énfasis en la figura del representado que en la del representante y en la ciudadanía como identidad política que supone un equilibrio entre lo común y la legitimidad del derecho a la diferencia.
Estas tres tendencias de los sentidos de democracia recorren buena parte del mundo y nuestro país no escapa a ellas. Nos corresponde identificarlas, analizarlas y someterlas al debate público. Una labor ciudadana de innegable importancia en un momento en el que Bolivia debate la pertinencia de elegir un Gobierno con fuerte legitimidad para enfrentar la crisis múltiple (sanitaria, social, económica e institucional).
Luego de un largo proceso de transición, en el que la vieja estatalidad, encarnada también en nuestros cuerpos y en nuestras concepciones, se niega a dar curso a un nuevo tipo de Estado, nos jugamos algo más que elecciones y el ejercicio ciudadano del voto; estamos ante las puertas de un momento en el que la crisis nos pone el reto de responder sobre la mejor forma democrática de gobierno con la esperanza de no elegir la peor. La ciudadanía tiene la palabra.
El autor es ciudadano del Estado Plurinacional y sociólogo