Cuando nos roban la dignidad
Nací en un país en vías de desarrollo, mi Bolivia. En mi escuela “Wilge Rodríguez”, de Cochabamba, me dijeron que Bolivia era el país más grande y hermoso, que teníamos la más linda bandera, el mejor himno, muchas riquezas, como minerales, maderas, petróleo, etc. En el colegio Sucre me inculcaron disciplina, respeto y amor a la patria.
Estudié medicina en la Universidad Mayor de San Simón, donde me dieron más lecciones de militancia política que de ética profesional, de respeto a los pacientes o a los derechos humanos. Aún era niño cuando en 1964, viví el golpe militar de René Barrientos, luego el de Alfredo Ovando en 1969, después de Juan José Torres. En 1971 sufrí el cierre de las universidades y el terror de la dictadura de Banzer. Muchos compañeros fueron exiliados y otros asesinados. Y los golpes de Estado en nombre de la patria y de Dios continuaron: Pereda Asbún, Natusch Busch, García Meza.
En noviembre de 2019, la mayoría del pueblo boliviano derrotó al gobierno autoritario y corrupto de Evo Morales, después de casi 14 años de abuso del poder, de discursos llenos de rencor, de incitar a la violencia contra toda persona que piensa diferente, de rendir culto a la mediocridad y la estupidez de un gobierno que tuvo el cinismo de tener como eslogan el “proceso de cambio”. Hasta tuvo la ocurrencia de declarar que: “entregar un campo deportivo es como entregar un hospital”.
Cuando se proyectaba la esperanza de reconstruir nuestro país, con el Gobierno de transición, observé que desde el inicio hubo más bien una continuidad del régimen anterior con algunas personas que sirvieron al MAS durante años, como pude constatar y denunciar en diciembre de 2019.
Desde hace muchos años, para desempeñar funciones de autoridad en altos cargos públicos, se designan a personas que solo tienen el mérito de pertenecer al partido del Gobierno de turno y de poder movilizar a su gente para demostrar que “trabajan” con las organizaciones de la sociedad civil.
Esta situación tiene graves consecuencias en la mirada que tenemos de nosotros mismos, que es la base de la autoestima, porque a muchas personas les están robando la dignidad, al transformarlas en miserables por aceptar cargos públicos que no les corresponden, ni en los aspectos técnicos, ni éticos.
Como pueblo, estamos perdiendo la capacidad de indignarnos ante muchos partidos políticos que cada día se parecen más a clanes organizados, sean socialistas o neoliberales.
La pobreza está en la mente, pero la miseria está en el espíritu y eso es extremadamente peligroso para una sociedad que debe desarrollarse con valores y capacidad técnica. La pobreza puede ser un problema de ignorancia, pero la miseria es un asunto de conciencia. La miseria no es asunto de dinero, sino de espíritu. Hay pobres que son miserables y hay ricos que también son miserables.
En los años 50, Ayn Rand, filósofa y escritora estadounidense, afirmaba que: “Cuando adviertas que para producir necesitas obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebes que el dinero fluye hacia quienes no trafican con bienes sino con favores; cuando percibas que muchos se hacen ricos por el soborno y por las influencias más que por el trabajo, y que las leyes no te protegen contra ellos, sino, por el contrario, son ellos los que están protegidos contra ti; cuando descubras que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un autosacrificio, entonces podrás afirmar, sin temor a equivocarte, que tu sociedad está condenada”.
¿Será que debemos continuar con los viejos modelos de desarrollo, en los cuales son los políticos los que administran nuestros recursos sin rendirnos cuentas y robando la dignidad a una gran parte de la población?
Ahora, quieren obligarnos a votar, sin tener ninguna propuesta válida ante la Covid -19 que está cambiando completamente nuestra forma de vivir a nivel planetario.
El autor es médico, especializado en salud pública, investigación y desarrollo
Columnas de EDGAR VALDEZ CARRIZO